Era una dulce tarde
de septiembre, con una leve brisa marinera que más que frescor,
aportaba libertad. El sol se empezaba a esconder, y el cielo parecía
un lienzo en el que una preciosa combinación de colores anaranjados
y rosados contrastaban con el desorden de bandadas de pájaros
volando en todas direcciones en busca de su hogar.
En aquel acantilado
estaba él sentado, contemplando aquella escena, que perfectamente
podría ser la definición de tranquilidad, satisfacción o paz. No
importaba nada ni nadie.
Sin embargo, a la
vez que miraba a la nada, pensaba en todo. Todo lo que le trajo aquel
verano, todo lo que le traerían los siguientes meses, y también
soñaba.
Soñaba con algún
día poder casarse con aquella chica altita e inteligente a la que se
quedaba absorto contemplando cuando ella no lo veía.
También soñaba con
todo lo que iba a ser en la vida: el médico que más vida salvará,
el investigador que descubrirá la cura contra una importante
enfermedad, o por qué no, el arqueólogo que encuentre aquella
misteriosa a la par que mágica ciudad sumergida en el fondo del
océano.
Pero también se
acordó de sus familiares que ya no estaban con él. Sus abuelos, a
los que echaba enormemente de menos.
Mientras se acordaba
de ellos con lágrimas en los ojos, deseó que aquel momento fuera
eterno, ya que volvía a abrazarlos con una gran sonrisa en la cara.
Tras esa breve
llovizna propinada por la melancolía, volvió a su cara una sonrisa
radiante como el sol.
Se imaginaba siendo
abuelo de unos maravillosos nietos, de hecho, la postal era la de una
cena de Nochebuena todos reunidos en la mesa cenando, y a su lado,
ella.
En su cabeza, a la
película acompañaba la banda sonora de “Shake shake go” (un
grupo de música “rara” que le encantaba) y su canción “England
skies”, y aunque estaban en un lugar de la costa mediterránea,
aquella canción encajaba como si hubiera sido diseñada acorde a
acorde para aquel momento y lugar.
Eran sueños de
niños, pero era amor verdadero. Tal vez por eso aquel momento era
perfecto, porque en el fondo, aquella tranquilidad le permitía ser
el director de una película que tal vez no se rodaría, pero que era
su favorita.
Eran delirios de un
soñador. Pensamientos que chocaban con la realidad, pero que él
amaba.
Eran sueños.