Pasé por delante de ti y, sin que
te dieras cuenta, te observé. Fue un segundo, eterno para mí, fugaz e
irrelevante para el resto de los mortales.
Estabas sentada sobre el bordillo
de una pequeña valla de ladrillos. Tu pelo rojizo brillaba con luz propia bajo
la sombra de un techo asfixiante. Llevabas una ceñida camiseta gris que
dibujaba la curva de tus pechos y también la de tu tripa. Tus pronunciadas
caderas también se dibujaban bajo la opresión de unos vaqueros claros, a juego
con tu piel. A tus pies, por su parte, los protegían unas Converses rojas algo
desgastadas.
Tus preciosos ojos oscuros
miraban aburridos a tu amiga, que estaba sentada a escasos centímetros de ti.
En la mano sujetabas tu teléfono, deseosa de que ella callara para poder
perderte en un mundo irreal de dígitos interconectados. Tu perfil en las redes
sociales te define y es que, quizás, es el lugar idóneo para ser quién no
puedes ser en el mundo real.
Lo cierto es que, en el poco
tiempo en que te vi, una sensación maravillosa inundó mi ser. Tu belleza,
quizás algo subjetiva pero indiscutiblemente cierta, hacía estallar en mí una
fuerte tensión, probablemente deseo, de acercarme y presentarme. Sin embargo,
junto a esa sensación lujuriosa, un temible sentimiento de rechazo me sacudía,
instantáneamente después del placer y me recordaba que nuestros mundos, aún
pareciendo tan cercanos, estaban a años luz de distancia.
No puedo evitar pensar en lo que
hubiese pasado si hubiera vencido a esa vergüenza, más propia de los
adolescentes que de los adultos, y me hubiera presentado. Quizás hubiese sido
un poco violenta, no te lo niego. Y, probablemente, te hubieras preguntado “y
este tío, ¿de qué va?”. Aunque, también podría haber pasado todo lo contrario.
Con suerte, te hubiera parecido gracioso o, al menos, un tanto divertido. Tal
vez, hasta hubieras accedido a tomarte un café conmigo. ¿Quién sabe?
Dichosa estupidez humana, condenada
cobardía paralizante y maldito geniecillo que me controla y me atonta. Ojalá
fuera más irracional, más pasional, más lanzado. Ojalá pudiera, algún día
sentarme a tu lado en ese bordillo y mirarte a los ojos, aunque fuera en
silencio. Que me preguntaras qué me pasa o si tienes algo en la cara. Y que
esta estupidez, vestigios del adolescente que fui, decidiera abandonarme a mi
suerte. Pero eso no sucederá. Lo sé. Y seguiré pasando por delante de ti, sin
que tú ni siquiera sepas quién soy, camino a mi mundo. Deseando pertenecer al
tuyo, en silencio.