Vivimos en una sociedad enferma. O al menos es lo que podría pensar una persona que viera por primera vez la televisión española.
Pastillas, cápsulas y sobres, para el dolor en la espalda, en el cuello, o para aliviar ese resfriado tan molesto; complementos alimentarios, esteroides para el gimnasio, vitaminas para estudiar...
Es un completo bombardeo publicitario de productos químicos para enfermos.
Somos adictos a las pastillas. Es una realidad, a la par que un gran problema.
No somos capaces de resistirnos. Si nos duele la cabeza, tomamos una aspirina, si queremos dormir, volvemos al botiquín y escogemos otra que está guardada en otra caja.
Es demasiado cómodo, pues la solución a tu dolor está a tan solo dos pasos, esperándote en el baño o en el cajón de las medicinas.
Sin embargo, ¿es saludable?
El sentido común me responde negativamente a esta cuestión.
Entonces, ¿por qué seguimos abusando de ellas?
Porque somos vagos y débiles. Cuanto más avanzamos tecnológicamente, y más cómoda hacemos nuestra vida, más vulnerables somos.
Somos adictos a las drogas, y a menos que cambiemos esa jugosa pastilla naranja con Vitamina C, por un zumo de naranja natural, a menos que cambiemos la pastilla milagrosa que nos ayuda a concentrarnos por una taza de delicioso café recién hecho, a menos que contemos ovejitas para dormir, seguiremos siendo presa de ellas.