Había sido un día
nublado, tanto en el exterior, donde los transeúntes paseaban con
miedo a que lloviera; como en su interior, donde sus sentimientos,
enfrentados, disputaban entre ellos para tomar la decisión correcta.
Si hubiera llegado
hace poco a aquel lugar no le hubiera importado dejarlo atrás
despidiéndose de sus conocidos. El problema es que una parte
importante de su vida estaba allí.
Llegó huyendo de si
misma, con la intención de encontrar en aquel pueblecito una pizca de
su esencia, algo que le ayudara a crecer. Pero aquel no era un pueblo
normal, era un lugar mágico.
El primer día pensó
que no sería bien recibida, ya que rompería con la postal
tradicional del pueblo; pero no solo eso no ocurrió, sino que, con
la magia de aquel lugar, fue bienvenida con los brazos abiertos, y
gracias a los magos de aquella villa, se sintió una más desde el
primer día.
Rápidamente
encontró un trabajo, algo con lo que poder pagar el alquiler, y
darse algún capricho de vez en cuando, aunque en el pueblo lo único
que hubiera fueran cosas caseras y complementos acordes con la moda
del lugar. Su ocupación no era algo muy prestigioso, pues solamente
servía copas en el bar del pueblo, pero si que le sirvió para
enriquecerse de las historias que le contaban.
Como buena psicóloga
que era, escuchaba a los clientes que iban tarde tras tarde a ahogar
sus penas en alcohol. Amaba aquello.
No ganaba mucho
económicamente, pero le reconfortaba ser capaz de ayudar a los
pueblerinos que no pasaban por su mejor etapa, alegrarse con las
alegrías de ellos, e incluso poder llorar con las historias de amor
de los más ancianos.
Las personas de
aquel pueblo pronto empezaron a cogerle cariño a aquella
“ciudadana”, como ellos la llamaban, que había querido cambiarlo
todo por empezar de cero allí, y por acompañarlos en sus tardes de
brisca, cinquillo o dominó.
En aquel lugar
mágico, había descubierto la esencia de la vida, y había cambiado
y aprendido mucho, gracias a ellos.
Aprendió lo que era
el amor verdadero, gracias al grupo de “abueletes”, como ella los
llamaba cariñosamente, que le contaban historias donde ellos eran
los protagonistas.
También aprendió
el valor de las cosas, cuando vio al dueño del local regalándole a
un viejo conocido un cenicero. Podría ser un recipiente normal, pero
aquel guardaba en su interior las cenizas de una gran amistad.
Pero no solo ella
consiguió cosas de ellos, aquellos hombres y mujeres que se
relacionaban día a día con ella obtenían una visión diferente de
las cosas.
Los más jóvenes,
por ejemplo, deseaban abandonar aquella zona y emprender un nuevo
camino que les llevase la ciudad, pero tras hablar con ella vieron
que lo que ellos tenían era mucho más valioso que lo que cualquier
ciudad podría tener.
Sin embargo, aquella
noche en la que sus sentimientos estaban encontrados, debía tomar la
mayor decisión de su vida. Le había llegado una oferta de trabajo
para realizar lo que realmente le gustaba, ganando una fortuna. A
cambio, debía olvidar esta villa, marcharse del pueblo. Dejar una
parte de ella, tal vez la mejor, en un cenicero del bar donde
trabajaba.