Antonio aparcó
su viejo Honda Accord junto al Nissan Qashqai de su amigo. Al lado del suyo,
aquel coche parecía de última generación. Antonio abrió el maletero y sacó las
cosas para la pesca. A lo lejos, Nicolás lo saludó. Él le devolvió el saludo.
Cogió su caña y el cubo en el que llevaba los anzuelos, las plumillas, los
plomos y los cebos. También llevaba un pequeño machete. Antonio anduvo hasta
Nicolás, que estaba terminando de preparar la lancha. No era un gran barco,
pero era suficiente para los dos.
—Buenos días —lo saludó Nicolás.
—Buenos días, Nico. Dejo esto
aquí, voy al coche a por la nevera. He comprado Heineken.
Nicolás
asintió y cuando su amigo se marchó aprovechó para cargar lo que Antonio había
dejado allí. Tardó poco, así que apenas tuvo tiempo para poner en marcha el
motor. El agua estaba quieta, pero el barco se tambaleaba un poco a causa del
movimiento de los dos hombres. El cielo estaba despejado. Aun así, hacía frío.
Cuando
Antonio se montó, Nicolás quitó las amarras e impulsó el barco, luego cogió el
timón. La lancha salió del puerto despacio, luego aceleró. El ruido del motor y
del viento impedían la comunicación entre los dos amigos. Su silencio duró unos
quince minutos, el tiempo que tardaron en llegar al Cañaveral. Pararon el
motor, Nicolás echó el ancla y Antonio empezó a preparar su caña. Después, Nicolás
hizo lo propio con la suya. Ya sólo tenían que esperar.
—Hacía mucho que no nos veíamos,
¿qué tal va todo? —Nicolás rompió el silencio.
—Es cierto, he estado bastante
liado. Pero todo va bien. Y tú qué, ¿qué te cuentas?
—No hay mucho nuevo.
Antonio miró a su amigo, incrédulo,
sabía que algo había pasado. Nicolás no lo miraba, estaba concentrado en el
agua. Antonio esperó unos segundos, volvió su cara hacia el mar y preguntó:
—¿Estás seguro de que todo va
bien?
—Sí, ¿por qué?
—Me has llamado. Sólo me llamas
cuando las cosas no van bien.
El silencio incómodo volvió.
Ambos siguieron concentrados en el mar. Después de unos minutos Nicolás abrió
la boca.
—Me ha echado de casa —Antonio se
giró para mirar a su amigo—. Natalia me ha largado. Me ha dicho que ya no me
quiere y que lo mejor para las niñas es que me busque otro sitio. Me ha dado
una semana.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Pero ha pasado
algo?
—No. Las cosas parecían estar
bien. Ya sabes que después del aborto la cosa se puso chunga. Ella casi perdió
su trabajo y yo tuve que viajar mucho y, bueno, casi lo dejamos. Pero ahora las
cosas estaban bien. Salíamos mucho con las chicas. Íbamos al cine, a pasear, a
la playa… —Nicolás resopló.
—Es muy raro todo. Deberías
hablar con ella, que te diga por qué ya no te quiere. Mereces una explicación.
—Probablemente, pero no sé si
quiero hablar con ella.
Nicolás no parecía triste, tan
solo impasible. Antonio no sabía muy bien qué hacer.
—¿Tienes dónde quedarte? Puedo
hablar con María y te arreglamos la habitación de invitados en un santiamén.
—No te preocupes. Gracias. Puedo
pagar un hotel.
—Claro que me preocupo. Somos
amigos desde los cinco. Nos criamos juntos y siempre hemos estado el uno para
el otro, en las buenas y en las malas —Antonio le dio un golpecito a Nicolás en
la pierna—. Quédate con nosotros unos días, hasta que encuentres algo.
—¿Y mis cosas? ¿Qué hago con
ellas? No puedo irme de esa casa, mi vida entera está ahí. No puedo.
Nicolás negó
con la cabeza. De sus ojos seguían sin brotar ninguna lágrima. Antonio seguía
mirándolo, en silencio, sin saber muy bien qué hacer. ¿Qué le dices a tu mejor
amigo cuando su mujer lo ha echado de casa sin motivo aparente? Nada, sólo
puedes acompañarlo en su llanto.
Entonces se
hundió la pluma de Antonio. Había picado algo. La de Nicolás también se hundió.
Ambos empezaron a recoger el sedal. Lo hacían lo más rápido que podían, pero
eran algo lentos. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez y estaban
algo oxidados. Aun así, Antonio consiguió subir al barco un maravilloso pargo.
Nicolás, que tuvo que luchar más con su adversario, sacó un pez araña. Ambos
empezaron a gritar nerviosos. «Córtalo, córtalo». Antonio, con sumo cuidado de
no ser rozado por ninguna de las espinas, cortó el sedal. El pez cayó al fondo,
arrastrando consigo el anzuelo.
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