- Oh, una nueva oveja en nuestro rebaño. Soy Gabriel, el párroco del pueblo. Bienvenida.- Gracias. Ya se quién es, he oído hablar de usted.
- Espero que hayan sido buenas palabras.
Ella sonrió y se marchó.
"Que chica más rara" pensó.
Al terminar la corta conversación se dirigió a la cafetería de enfrente de la iglesia.
Entró, y al sentarse en una mesa para dos, un joven se acercó a él.
- Buenos días, Padre.
- Buenos días del Señor, hijo.
El muchacho sonrió.
- ¿Ha visto a la chica? - preguntó impaciente.- Siéntate Damián, y desayuna conmigo.
Damián asintió con la cabeza y mientras se sentaba volvió a preguntar, ahora más tranquilo.
- Entonces, ¿la ha visto?
- ¿De quién me hablas?
- Ya sabe, la que es nueva en el pueblo. Es muy guapa.
Se sonrojó al decirlo.
- Pues... - Empezó Gabriel, pero llegó el camarero para anotar la comanda. [...]
Ella sonrió y se marchó.
"Que chica más rara" pensó.
Al terminar la corta conversación se dirigió a la cafetería de enfrente de la iglesia.
Entró, y al sentarse en una mesa para dos, un joven se acercó a él.
- Buenos días, Padre.
- Buenos días del Señor, hijo.
El muchacho sonrió.
- ¿Ha visto a la chica? - preguntó impaciente.- Siéntate Damián, y desayuna conmigo.
Damián asintió con la cabeza y mientras se sentaba volvió a preguntar, ahora más tranquilo.
- Entonces, ¿la ha visto?
- ¿De quién me hablas?
- Ya sabe, la que es nueva en el pueblo. Es muy guapa.
Se sonrojó al decirlo.
- Pues... - Empezó Gabriel, pero llegó el camarero para anotar la comanda. [...]
Tras la marcha del camarero, continuaron su charla...
- Pues sí, he charlado con ella hace un rato...
- ¿Y cómo es? - Preguntó Damián entusiasmado.
- Déjame acabar, impaciente - dijo en tono suave.- No deberías acercarte mucho a ella.
Aquel comentario le desanimó.
Después de eso, no volvieron a hablar de la mujer. Se centraron en temas de actualidad; y en los churros.
Tras desayunar y pagar, se despidió del Padre y marchó a dar una vuelta. Decidió ir al lago, a echar de comer a los patos y a disfrutar de su soledad.
[...]
A medio camino del lago y la cafetería, en "el Cruce de los milagros", sus ojos chocaron durante un segundo con otros..
Una mirada aterrada, que pedía ayuda.
- Ana, ¿estás bien? - Se acercó a ella y la abrazó.
Ana era una vieja pitonisa amiga de su familia. Pero hacía años que había perdido la cabeza, y simplemente deambulaba de un lado para otro en el pueblo.
- Cuidado con la nueva. - Dijo, y retomó su camino de vuelta a casa.
"Qué le pasa a todo el mundo con la nueva chica?" - Pensó.
"Primero el Padre Gabriel, ahora la adivina Ana...
Empiezan a asustarme..." - Reflexionó.
Siguió su camino sin darle mayor importancia a las palabras de los demás.
Al rato llegó al lago.
Allí estaba ella, risueña y misteriosa. Sus miradas coincidieron, pero él agachó la cabeza rápidamente, fruto de la vergüenza.
Se sentó en un banco junto a los patos y comenzó a lanzarles migas de pan.
Aquello era realmente gracioso. Ver como luchaban por migajas, graznando, aleteando y picoteando... Le entretenía. Además, aprovechaba para mirarla de reojo de vez en cuando.
Sin embargo, en una de sus discretas miradas, la muchacha se dio cuenta.
- ¿Quieres sentarte? - Dijo, colorado por los nervios.
No respondió. Simplemente sonrió y se acercó.
- Soy Damián.
- Oh, yo no tengo nombre... Pero puedes llamarme... - Pensó la respuesta. - ¡Míriam!
- Míriam es buen nombre.
- ¿Por qué estás tan rojo? - Preguntó con intención de empezar una conversación.
- Me pareces muy guapa.
- ¡Gracias! Pero creo que te gusto. - Dijo con soberbia.
- Bastante.
- Yo también creo que eres mono. - Tras acabar la frase rió de una forma infantil.
- No... No se qué decir. - Se enrojeció aún más, pero parecía más seguro de sí mismo.
- Pues... ¡No digas nada! - Sacó la lengua imitando un gesto gracioso que se les hace a los bebés.
- ¿Y cómo es? - Preguntó Damián entusiasmado.
- Déjame acabar, impaciente - dijo en tono suave.- No deberías acercarte mucho a ella.
[...]
A medio camino del lago y la cafetería, en "el Cruce de los milagros", sus ojos chocaron durante un segundo con otros..
- Ana, ¿estás bien? - Se acercó a ella y la abrazó.
Ana era una vieja pitonisa amiga de su familia. Pero hacía años que había perdido la cabeza, y simplemente deambulaba de un lado para otro en el pueblo.
- Cuidado con la nueva. - Dijo, y retomó su camino de vuelta a casa.
"Qué le pasa a todo el mundo con la nueva chica?" - Pensó.
"Primero el Padre Gabriel, ahora la adivina Ana...
Empiezan a asustarme..." - Reflexionó.
Al rato llegó al lago.
Allí estaba ella, risueña y misteriosa. Sus miradas coincidieron, pero él agachó la cabeza rápidamente, fruto de la vergüenza.
Se sentó en un banco junto a los patos y comenzó a lanzarles migas de pan.
Aquello era realmente gracioso. Ver como luchaban por migajas, graznando, aleteando y picoteando... Le entretenía. Además, aprovechaba para mirarla de reojo de vez en cuando.
Sin embargo, en una de sus discretas miradas, la muchacha se dio cuenta.
- ¿Quieres sentarte? - Dijo, colorado por los nervios.
No respondió. Simplemente sonrió y se acercó.
- Soy Damián.
- Oh, yo no tengo nombre... Pero puedes llamarme... - Pensó la respuesta. - ¡Míriam!
- Míriam es buen nombre.
- ¿Por qué estás tan rojo? - Preguntó con intención de empezar una conversación.
- Me pareces muy guapa.
- ¡Gracias! Pero creo que te gusto. - Dijo con soberbia.
- Bastante.
- Yo también creo que eres mono. - Tras acabar la frase rió de una forma infantil.