lunes, 28 de noviembre de 2016

Míriam

- Oh, una nueva oveja en nuestro rebaño. Soy Gabriel, el párroco del pueblo. Bienvenida.- Gracias. Ya se quién es, he oído hablar de usted.

- Espero que hayan sido buenas palabras.

Ella sonrió y se marchó.
"Que chica más rara" pensó.

Al terminar la corta conversación se dirigió a la cafetería de enfrente de la iglesia.
Entró, y al sentarse en una mesa para dos, un joven se acercó a él.

- Buenos días, Padre.
- Buenos días del Señor, hijo.

El muchacho sonrió.

- ¿Ha visto a la chica? - preguntó impaciente.- Siéntate Damián, y desayuna conmigo.

Damián asintió con la cabeza y mientras se sentaba volvió a preguntar, ahora más tranquilo.

- Entonces, ¿la ha visto?
- ¿De quién me hablas?
- Ya sabe, la que es nueva en el pueblo. Es muy guapa.
Se sonrojó al decirlo.
- Pues... - Empezó Gabriel, pero llegó el camarero para anotar la comanda. [...]

Tras la marcha del camarero, continuaron su charla...

- Pues sí, he charlado con ella hace un rato...
- ¿Y cómo es? - Preguntó Damián entusiasmado.
- Déjame acabar, impaciente - dijo en tono suave.- No deberías acercarte mucho a ella.
Aquel comentario le desanimó.
Después de eso, no volvieron a hablar de la mujer. Se centraron en temas de actualidad; y en los churros.

Tras desayunar y pagar, se despidió del Padre y marchó a dar una vuelta. Decidió ir al lago, a echar de comer a los patos y a disfrutar de su soledad.
[...]

A medio camino del lago y la cafetería, en "el Cruce de los milagros", sus ojos chocaron durante un segundo con otros..
Una mirada aterrada, que pedía ayuda.

- Ana, ¿estás bien? - Se acercó a ella y la abrazó.
Ana era una vieja pitonisa amiga de su familia. Pero hacía años que había perdido la cabeza, y simplemente deambulaba de un lado para otro en el pueblo.
- Cuidado con la nueva. - Dijo, y retomó su camino de vuelta a casa.

"Qué le pasa a todo el mundo con la nueva chica?" - Pensó.
"Primero el Padre Gabriel, ahora la adivina Ana...
Empiezan a asustarme..." - Reflexionó.
Siguió su camino sin darle mayor importancia a las palabras de los demás.
Al rato llegó al lago.

Allí estaba ella, risueña y misteriosa. Sus miradas coincidieron, pero él agachó la cabeza rápidamente, fruto de la vergüenza.

Se sentó en un banco junto a los patos y comenzó a lanzarles migas de pan.
Aquello era realmente gracioso. Ver como luchaban por migajas, graznando, aleteando y picoteando... Le entretenía. Además, aprovechaba para mirarla de reojo de vez en cuando. 

Sin embargo, en una de sus discretas miradas, la muchacha se dio cuenta.

- ¿Quieres sentarte? - Dijo, colorado por los nervios.
No respondió. Simplemente sonrió y se acercó.
- Soy Damián.
- Oh, yo no tengo nombre... Pero puedes llamarme... - Pensó la respuesta. - ¡Míriam!
- Míriam es buen nombre.
- ¿Por qué estás tan rojo? - Preguntó con intención de empezar una conversación.
- Me pareces muy guapa.
- ¡Gracias! Pero creo que te gusto. - Dijo con soberbia.
- Bastante.
- Yo también creo que eres mono. - Tras acabar la frase rió de una forma infantil.
- No... No se qué decir. - Se enrojeció aún más, pero parecía más seguro de sí mismo.
- Pues... ¡No digas nada! - Sacó la lengua imitando un gesto gracioso que se les hace a los bebés.

Ambos rieron. Él con una risita tonta, mezcla de la pubertad y del nerviosismo.  

En la cabeza de Damián, dos geniecillos se peleaban:

- ¡Lánzate! - Decía el rojo, que tenía cuernos y una larga cola puntiaguda.
- ¡No lo hagas! Recuerda lo que te han dicho el Padre y la adivina... - Dijo el otro, este de color azul con una túnica blanca, una aureola en su cabeza y unas alas, con preciosas plumas, en la espalda.
- ¡No le hagas caso! - Gritó el rojo, interrumpiendo al azulito. - ¡Lo estás deseando!

Cada vez era mayor el debate que los dos bichitos tenían en su cabeza, así que dejó de escucharlos.
Al final, fue ella, quien al ver el rojo de sus mejillas le dijo al oído:

- No tengas miedo, chico. ¡No muerdo!

Así que, armado de valor, pero lleno de miedo; Damián se acercó a ella y sellaron sus labios en largo beso.
Para ella, uno más. Para él, el ascenso al Cielo, aunque a la vez su descenso a los infiernos. [...]

Cada día que pasaba quería más y más besos, y ella se los daba. Hasta que un día se marchó.

Estaba perdido, desorientado.
Trató de cambiar muchas cosas en su vida que ella se había llevado.
El magnifico olor de su pelo, por el apestoso tabaco. El dulce sabor de sus labios, por el amargor del alcohol.
Los hermosos sueños que tenía al dormir abrazados, por películas nefastas y series baratas...
Nada daba resultado.

Tocado, pero no hundido, decidió dejarlo todo e ir en su búsqueda. [...]

El recorrido se hacía eterno.
Sin embargo, había conocido a más personas que la buscaban, y todos coincidían en lo mismo: el calor y el frío simultáneo de su mirada, y su insalvable misterio.
Esto reavivaba la llama de su interior para encontrarla, lo que hacía que siguiera adelante.

Pasaban los días y cuanto más tiempo transcurría, más se convencía de que lo único que encontraría sería un destino diferente.
Así fue.Damián descansa bajo tierra, lejos del cielo al que viajaba con cada beso de ella.