sábado, 28 de mayo de 2016

La conclusión.

El verano estaba comenzando a llegar y con él, no solo el buen tiempo ni los turistas, con él también venía el final del camino. 
Había sido difícil de recorrer, de hecho, lo seguía siendo; no solo por la inclinación de sus cuestas, sino también por todos los obstáculos.
Afortunadamente, un buen camino lo es gracias a ellos, pues nos obligan a mejorar para poder pasarlos. 

En su diario se repetía la misma pregunta cada pocas páginas: ¿De verdad estoy equivocado? 
Nadie en su sano juicio haría lo que él, pero, en cierto modo, es eso lo que recordamos. A los locos. 
En su libro de historia salía un tal Napoleón, un hombre bajito, pero que fue capaz de conquistar Europa. También hablaban de un tal Cid, héroe de una reconquista…
Pero él no saldría en ningún libro de historia, si acaso, sería recordado como el “chalado” que decidió coger el camino complicado, en lugar de fácil.
Sabía que era raro. Pasaba como con el helado, siempre, desde pequeño, amaba el helado de chocolate, pero un día probó un nuevo sabor y cada vez que tenía ocasión tomaba aquella crema congelada. 

Aquel camino se acababa, atrás dejaba grandes personas y buenos compañeros, pero pronto empezaría otro camino, tal vez mayor; y aquella duda seguía rondando en su cabeza, cada vez de forma mayor. Pero a raíz de ella, surgían más preguntas sin respuestas. 
Aunque, tal vez si existiera una contestación a sus interrogantes: Cree. 
La fe ha sido la respuesta a miles de cuestiones a lo largo de la historia, y tal vez sirviera una vez más. 
Sólo el tiempo tiene el poder de darnos las respuestas a las preguntas que miran al futuro, y, a cambio de la respuesta, nos pide paciencia y fe.
Tal vez nunca saldría en los libros de historia, pero compartía algo con aquellos hombres, conocía el poder del ser humano: Creer en sí mismo.


El tiempo juega con nosotros y no nos permite saber para que nos servirán las cosas. Pero nosotros tenemos la opción de decidir creer que serán útiles o no, ese es nuestro poder, esa es nuestra victoria.

sábado, 7 de mayo de 2016

La entrevista.

Era una mañana cálida de principios de verano. El sol empezaba a despertar y a saludar a los habitantes de aquella ciudad. Las calles respiraban un tranquilidad extraña de no ser por la hora que era, al igual que su bloque. La piscina estaba vacía, sus vecinos en total silencio y los pajarillos comenzaban a entonar su dulce canción que combatía a los molestos despertadores.

Sin embargo, él ropía aquella postal de calma.
Tenía una entrevista para trabajar en una importante empresa nacional e iba tarde. Se había quedado dormido y no había tenido tiempo de desayunar. De hecho, salió de su casa con las tostadas en la boca, el maletín en una mano y el traje gris pálido mal colocado.
Bajó las escaleras a todo correr, con fortuna de no caer rodando en más de una ocasión, y como si de un acróbata del circo se tratase, logró saltar el último tramo de escaleras de un gran salto y aterrizar de pie e inclinarse, a la par que abría su coche, que lo esperaba a 5 metros de aquel improvisado escenario. Era él mismo, siempre que podía lo hacía (siempre que nadie rondara la zona, para impedir burlas).

Dos minutos después de aquel acto, cual rayo en mitad de una tormenta, su coche recorría con velocidad las, todavía, vacías calles de la ciudad.
A lo largo del camino, cuanto más se acercaba a su objetivo, aquella enorme edificación localizada en el centro del distrito comercial; iba perdiendo fe en sí mismo.
Era la tercera entrevista, en busca de un trabajo, que además de no gustarle, posiblemente tampoco le garantizaría una estabilidad en su vida.
Estaba cansado de todo aquello, pero, ¿qué remedio existía para él? Había opciones, siempre las hay. Aguantarse con lo que tenía, o buscar nuevas cosas, dejando atrás todo aquello...


La entrevista fue un desastre. Llegó tarde y no encajó en el perfil que buscaban, de hecho, acabó peleandose con el hombre, también trajeado, que lo martirizó aquella mañana.
Estaba demoralizado, hundido. Otro fracaso cosechado en busca de un prometido trabajo que no llegaba.
Mientras se arrepentía de haber votado a aquellos que les hsbían prometido una función bien pagada a cambio de tiempo y, por supuesto, su voto, encendió la radio.

Bendita elección. Posiblemente aquella desición fuera lo único postivo que había ocurrido en aquella mañana.
Ahogado en sus penas, una canción consiguió cambiarle el semblante. Era la magia de la música.
Esa canción fue como un hechizo. Tenía un mensaje positivista que te animaba a buscar la felicidad y a no rendirte. [...]

Arrancó el coche, y en lugar de regresar a casa, decidió que hoy tocaba coinducir sin dirección, disfrutando de cada kilómetro, de cada metro, de cada segundo que controlaba aquella máquina con ruedas.
Condujo durante horas, hasta que anocheció. Al salir las estrellas, aparcó el coche y se tumbó en el capó.

No era una noche fría y eso le ayudó a contar las estrellas, luceros que aquella noche eran sus sueños. Y al ver la luna supo que aquella noche le tocaba ser feliz, y que ese místico satélite era el guía que le llevaría hacia sus sueños, muchos de ellos imposibles; pero que en un conjunto, darían lugar a las estaciones que el tren, al que él llamaba vida, recorrería.