domingo, 26 de junio de 2016

Pelotas.

Llevaban un mes en alta mar.
Huían de un país devastado por una guerra en la que no habían elegido participar.

Algunos decían que ya estaban a salvo, que lo peor había pasado.
Pero faltaban comida y agua. Seguía siendo una tortura.
Los largos y calurosos días eran relevados por las cortas, pero frías noches, en las que la luna consolaba aquella miradas de miedo, tristeza y desesperación. [...]

Después de una larga semana en aquella barca, uno de sus muchos ocupantes murió. Su sufrimiento había acabado, pero antes de marcharse dejó una pregunta, cuya respuesta era la falta de esperanza.
No era su caso, no podía morir, al menos no hasta traer a su familia a salvo. Debía sacarlos de allí, era el último suspiro de fe que les quedaba mientras esperaban a morir. Así que no podía dejar que la muerte se entrometiera en su misión, no podía fallarles.

Pasaron varios meses, en los que la luna se convirtió en su mejor amiga. En todo ese tiempo hubo llantos, gritos y miradas agonizantes pero silenciosas.
Alguien gritó "TIERRA" entre esos momentos de desesperación, y su voz inundó de alegría aquel bote.
Sin embargo, no estaban a salvo. Habían escapado de una guerra ruidosa, para entrar en una silenciosa...
Los gobiernos no los querían en sus tierras, y las mafias quería explotarlos. Habían olvidado que eran personas, y aquello fue el gran fracaso de una unión creada para las personas.

No eran más que pelotas, rescatadas de un edificio en ruinas, para ser empeñadas en los tejados del mundo occidental.

domingo, 19 de junio de 2016

La primera piedra.

Allí estaba él, trajeado, con una preciosa corbata celeste y un bonito reloj; colocándose el blanco y desgastado casco de albañil que le daba licencia, aunque fueran unos minutos, de poder construir algo.

En su caso, tenía el honor de colocar la primera piedra, que se convertiría en un edificio.
Dicha estructura podría podría haber sido un hospital, donde poder combatir las enfermedades que regulan a los individuos de nuestra especie. No fue así, dejó que la naturaleza siguiera su cauce.
Podría haber sido una escuela, donde poder enseñar a respetar y no juzgar. Tampoco sería la afortunada.

Esa era la primera piedra de un gran casino, que en lugar de educar lo único que enseñaría serían las malas artes, la desesperación y enfermedad.
Lo único que importaba era el dinero, las familias rotas daban igual, las deudas eran una escusa para poder requisar los pocos bienes valiosos de una humilde familia.

Allí estaba él, trajeado, con una preciosa corbata celeste y un bonito reloj; con el blanco y desgastado casco en su cabeza y la piedra esperándolo a pocos metros.
Pero en su ser había algo más, culpabilidad.

Sabía que la primera piedra era la más difícil de poner, ya que era la puerta hacia un lugar; pero aquel casino no era el suyo.
En un acto de rebeldía y valentía decidió quitarse el casco, y lo lanzó, golpeando fuertemente a aquel ladrillo que, como un acto reflejo, se cayó de aquel atril en el que estaba. Se escuchó un sonido peculiar y lo que quedó fueron los trozos asimétricos anaranjados.

Aquel fue su primera piedra, no hacia un casino, sino hacia otro lugar, lejos de allí.

sábado, 11 de junio de 2016

El bolígrafo de oro.

En aquella ocasión todos estaban trabajando.
La panadera terminaba de hornear el pan que vendería antes de cerrar,  el estudiante agonizaba en la última hora de clase de un jueves impregnado en la rutina.

El banco comenzaba a cerrar sus puertas, para ellos la jornada laboral había terminado.
A pocos metros de la casa de hipotecas y comisiones, esperaba ella la luz verde que le permitiera llegar al otro lado de la calle sin tener que esquivar a los coches.

En su cabeza solo había felicidad, pues acababa de entrar en la carrera que quería, además, con buena nota.
Iba en dirección a una vieja tienda de utensilios de escritura, que se encontraba en un pequeño callejón; donde conseguiría la que, sin saberlo, sería su mejor compañera de viaje.


Amaba escribir e informar, por eso hacía tiempo que visitaba aquella vieja tienda, lugar donde residía un precioso y caro bolígrafo de oro.
Deseaba aquel bolígrafo, y había estado ahorrando para poder comprárselo como premio por entrar a la universidad.
Sin embargo, cuando fue a pagar, el viejo y sabio dependiente, le aconsejó que no se lo llevara.
"Las apariencias engañan, y este bolígrafo, que parece tan bonito, en realidad no sirve para escribir".
La joven cambió el semblante al recibir la advertencia de su viejo amigo, pero siguió adelante con la compra. Así que lo pagó y se fue hacia casa.

Cuando llegó a su cuarto, abrió la cajita donde estaba el lujoso bolígrafo, y encontró un regalo del hombre. Una estilográfica, no tan bonita ni pesada, pero a su vez hermosa; de la que la chiquilla se olvidó.
Pasaron los meses, y el bonito bolígrafo acabó por decorar una mesa llena de papeles, mientras que la desapercibida consiguió el primer papel, pues no fallaba y era mucho más cómoda de usar. Además, ella le daba un toque distintivo a sus apuntes y trabajos, que hacía muchísimo más bella la labor de estudiar.

miércoles, 8 de junio de 2016

La chica del norte.

En aquella noche se encontraba sentado en una roca, contemplando con anhelo su  coche, a un metro de él. Añoraba esas noches donde el asiento del copiloto estaba ocupado por una figura femenina.

De eso hace ya tiempo, ahora ella vive en otra ciudad. Y él canta aquella vieja canción recordándola, con lágrimas en sus ojos y una amarga cerveza en su mano. Pero, de algún modo feliz, pues ella fue capaz de perseguir sus sueños.

De vez en cuando le escribe, diciéndole lo feliz que es allí, en el norte, donde no solo había encontrado frío, sino también la vida que de joven se imaginaba. Era la princesa de un pequeño pisito donde un perro hacía de Cancerbero, y un apuesto chico le ayudaba a mantener el control sobre la prole. Dos niños, un tanto rebeldes; y una chica que de mayor seguramente sería una rompecorazones.

En aquella noche, recibió uno de sus mensajes. Lo leyó y mirando a la rueda desgastada de su viejo Cadillac recordó aquella vieja canción que narraba una historia similar a la suya.
Miró entonces al cielo y sólo pudo decir una cosa: "Frío viento del norte, dale recuerdos."

martes, 7 de junio de 2016

El precio de volver.

Era una mañana fresca, como todas las de ese mes. Pero aquella era la del aniversario de la marcha de aquel joven a aquella maldita guerra en el confín del mundo, rodeado de polvo, balas y sangre. 
Dos años hacía que su patria había pedido los servicios de aquel niño que se alistó a cambio de unas pelas para poder avanzar hacia lo que él llamaba “libertad”.

En torno a las 7.45 de la mañana sonó el timbre, algo extraño, que rompería para siempre la paz desconsoladora de aquella tranquila casa. Sin embargo, la radio llevaba sonando desde hace varios minutos, señal de que la dueña estaba despierta; de aquel cacharro salían estruendos parecidos a los sonidos de las bombas, lo que dio lugar a la confusión e hizo que el chico llamara una segunda al timbre. Esta vez interrumpió el boletín matinal sobre la guerra. Estaban ganando, pero esa victoria momentánea era a costa de muchas vidas.

¡Ya va! exclamó el ocupante de aquel edificio, aunque el mensaje no llegó al receptor, lo que concluyó en un tercer toque. ¡YA VA! gritó, mientras se anudaba el cinturón de la bata. 

Cuando abrió aquella puerta con doble cerradura un temporal inundó la casa, y como si de una tormenta tropical típica del pacífico se tratara, empezaron a llorar. 
Fue la reacción de dos personas que se querían tras estar dos años separados. Ambos se abrazaron en un cálido abrazo, en el que se mezclaban el olor a arrepetimiento, sangre y repugnancia; con el dolor, el miedo y la desesperación. 
Tras unos minutos se separaron, se secaron y se observaron: 
Ella tenía más arrugas, fruto de la preocupación; él, por su parte, traía varias vendas que tapaban heridas profundas, aunque él sabía que pronto cerrarían, había una que jamás lo haría. Era el precio que tenía que pagar por estar de vuelta. 

Tras aquel leve vistazo, ella reconoció el profundo dolor de aquel hombre en sus ojos y volvió a abrazarlo; esta vez era un abrazo de consuelo, y mientras ella lo abrazaba, él dijo: “Te quiero mamá”. […]

Pasaron los meses, los años. La guerra acabó. Sin embargo, nunca fue capaz de olvidar a todas aquellas personas que caían inertes a su lado. Las veía cada noche, estaban en su cabeza.

Era el precio de volver.