viernes, 7 de julio de 2017

La urna.

Es un día tranquilo. Sólo se escucha el mar rompiendo contra los acantilados.

Hubiera sido, sin duda, el día perfecto para convertirme en lo que Nietzsche llamaba "Übermensch" , y sin embargo, allí estaba yo, sin saber muy bien el por qué. 

Era muy temprano. Es cierto que el día ya había amanecido, pero quizás los pájaros estaban remoloneando, o quizás ni si quiera los había. 
Recuerdo que me asomé al acantilado y vi un mar manso, que más que romper contra la roca, parecía acariciar cada una de las grietas, tratando de arreglarlas. 

Escuché entonces el sonido de un pájaro. Alcé la vista y vi a una gran gaviota blanca. 
"Eso es un símbolo de paz." Pensé, pero pronto recordé que eran las palomas blancas quienes representaban tal anhelo. 

De pronto, el peso de la urna me recordó mi misión en aquel templo sereno. 
Di un paso hacia delante, dejando que una pequeña fracción de mis pies pudieran volar. 
Destapé el tarro, colocando cuidadosamente la tapa sobre la fresca hierva, que parecía una suave alfombra aterciopelada. 
Alcé el frasco de cerámica y lo incliné levemente. 
Las cenizas cayeron  lentamente por el acantilado, y para acompañarlas, unas lágrimas brotaron de mis ojos y unas palabras de mi conciencia: 

"Sé todo lo libre que yo no puedo ser."