lunes, 25 de septiembre de 2017

Elisabeth.

Llamé a Elisabeth para ir a pasear. A ella le encanta y a mí me encantaba ella.
Aceptó encantada, así que me cité con ella cinco minutos después de la llamada. Su casa estaba a unos dos cruces de la mía, así que no tardaba más de dos minutos en ir de puerta a puerta.
Cuando llegué, a la hora acordada, Elisabeth me estaba esperando en el porche. Estaba sentada en el balancín, meciéndose. Llevaba una camisa celeste que con el traqueteo me permitía ver parte de su blanco estómago, también llevaba unos fabulosos vaqueros Levi’s 501 de los que presumía constantemente, y unas zapatillas que me recordaron a las New Balance, pero que en realidad resultaron ser unas Reebook moradas. Yo vestía parecido, vaqueros, camisa de leñador, unas botas de cuero y unas gafas de sol italianas que costaban como toda mi ropa junta, pero que habían sido de mi padre.
Después de saludarme con un fuerte abrazo, nos pusimos en marcha. Nuestro ritmo era lento, nos gustaba contemplar el paisaje, y no teníamos prisa. Además, cuando paseaba con ella, solíamos jugar a un juego que le encantaba: Imaginarnos la vida de las personas que viéramos por la calle. Era muy raro que ella contara alguna vida, pues siempre alegaba falta de imaginación, pero adoraba que yo lo hiciera.
Nuestra primera víctima fue un anciano, el viejo Earl. Era negro, así que empecé a contarle su vida.
Se llama Earl y nació en un suburbio de Nueva Orleans. Mamó desde muy chico el Jazz, pues su padre tocaba el saxofón en un bar junto a la rivera del Misisipi y su madre era corista en la iglesia. Se graduó en el conservatorio de armónica y estudió la carrera de piano. Además, se mudó aquí joven, con 35 o 40 años, justo después de graduarse, para empezar a dar clase en la escuela pública. Allí conoció a su señora, que ahora está gorda como una foca, pero que hace los mejores ‘cupcakes’ del barrio.
Juro por Dios que Elisabeth no dejó de reírse en todo el relato, aunque cuando le dije lo de la señora de Earl me dio un codazo en el brazo y exclamó “¡Phil, no te metas con la pobre señora!
A Elisabeth no le gustaba que me metiera con la gente. Era muy cristiana y detestaba que las personas se insultaran o se metieran con otras personas. Yo lo hacía sin malicia, así que seguí haciéndolo.
Tras la breve pero divertida descripción de Earl, seguimos por una calle llena de árboles, camino de la cafetería donde iríamos a merendar.
Cuando estábamos a punto de llegar, nos cruzamos con una chica joven y muy guapa que estaba sentada llorando desconsoladamente en un banco.
Esa chica se llama Ann. Es estudiante de primer curso en la universidad de la ciudad, más concretamente estudia periodismo. Siempre le gustó informar. De pequeña cogía un bolígrafo e iba por toda la casa entrevistando a su familia. ¡Su hermano pequeño llegó a pensar que salía en la tele de verdad y todo! Poco antes de entrar a la carrera, conoció a un chico. Es muy guapo, alto y musculoso. Juega al baloncesto en la misma universidad y está estudiando para ser profesor de deporte en el instituto de su ciudad.  Anoche le pilló en su Cadillac jugando a encestarla con su mejor amiga… ¡PHILIPS!
Después de la interrupción seguimos hasta llegar a nuestro destino. Nos sentamos en una mesa en el exterior, no hacía frío, pero aún así, me pedí un té americano muy caliente y sin alcohol. Elisabeth pidió un Latte. Debo decir que soy amante del café, pero que aquel día se me apeteció un té con canela y leche.
En la cafetería me contó que había conocido a un chico, y eso me desilusionó bastante. No puedo decir que ella me tuviera enamorado, pero sí que me gustaba bastante. La consideraba un buen partido.
Por la descripción que me dio del tío supe enseguida que era un imbécil que lo único que quería era encestarla. Pero Elisabeth, ingenuamente me pidió que le contara su historia. Además recalcó que la contara tal y como la pensaba. Ante aquella petición de ser sincero, no pude negarme.
Tenía un don para captar las mentiras. Así que tuve que relatarla tal y como mi cabeza me decía que sería.
Austin es un tipo alegre, divertido, atractivo y muy inteligente, como tú misma me has descrito antes. Además, por la foto que me has enseñado de él, tiene pinta de ser un estudioso de los números. Me apostaría una cena en el Space Needle a que trabaja como asesor financiero en una gran multinacional. Estoy convencido de que tiene un coche europeo, quizás un Mercedes o un Audi deportivo. Entre sus aficiones destacan el jugar al golf con importantes empresarios y el follar cada semana con una chica diferente.
No me dejó terminar. Elisabeth me dijo que él no era de ese tipo de hombres y se marchó. Así que yo me tomé mi humeante té contemplando la figura del vaso de cartón con el Latte de ella por la mitad. Para mis adentros pensé que no durarían más de dos meses, lo que Austin tardara en cansarse de jugar siempre en el mismo hoyo.

Efectivamente, así fue. Dos meses después de que empezaran la relación, acudí a verla a su casa. Pero me llevé una sorpresa. Austin estaba entrando a casa de Elisabeth acompañado de una muchacha mucho más joven y atractiva que ella.

martes, 5 de septiembre de 2017

Amélie.

Cojo la chaqueta y abro la puerta. Quiero ir a pasear.
Salgo, no sin antes coger las llaves y cierro con sumo cuidado. No quiero que mi vieja vecina de rellano se despierte de la siesta.
Son las cuatro y el otoño reina en la calle.


Bajo las escaleras a buen ritmo, paseando la mano por la barandilla. Imaginando que es un pájaro que sobrevuela una meseta inmensa.
Cuando llego al final de la escalera el vuelo acaba, no sin antes ejecutar un último movimiento de libertad, un acto que libera al pájaro que vive en mi mano.


Salgo del portal y el señor Poulán me saluda. Como cada tarde espera a que sus niños regresen de la escuela, mientras él se fuma un cigarrito.
Yo, inocente como siempre, le devuelvo el gesto con una sonrisa algo tímida.


Avanzo en una nube de alegría. Tengo la sensación de que voy flotando entre una arboleda color sepia y un cielo turquesa.
Quizás sea esta canción, en la que el violín da puntadas de agonía y el chelo te reconforta el alma.
Realmente creo que estoy enamorada.


No puedo dejar de pensar en esta melodía, en sus toques cálidos, en sus desgarradores puntos. Me recuerda a él. A sus fríos ojos azules, a su cálida sonrisa.

Y lo único que puedo hacer es escuchar esta canción una y otra vez, como, si por arte de magia, me lo devolviera a mis brazos, besándome intensamente en una tarde fría de otoño como esta en un París gélido de amor.