martes, 30 de enero de 2018

¿Y si..?

Ahora quedan muy lejos todos estos recuerdos, pero no puedo evitar pensar en ellos, junto a todas las preguntas que acarrean.

                Nuestras vidas dieron muchas vueltas, al menos la mía. Jamás imaginé una existencia así. Aunque deseaba viajar lejos y residir en la ciudad que más me atrapara, lo cierto es que, en el fondo, sólo quería que alguien me dijera, muy suave y bajito al oído: "quédate". Por supuesto, eso nunca llegó a pasar, y, en cierto modo, debo estarle agradecido al dichoso destino por haberme dejado perseguir lo que una vez llamé sueños.

Sin embargo, es en noches como esta (lluviosas y melancólicas) en las que mis experiencias de juventud afloran desde las profundidades de una mente inconexa e, incluso, un tanto alocada.
                Aún recuerdo, cada vez con menos precisión, una de nuestras primeras citas. Llevabas un ceñido y corto vestido rojo, acompañado por unas medias negras y unos tacones del mismo rojo pasión del precioso atuendo. No ibas maquillada (casi nunca lo hacías), salvo por el carmín de tus labios. Sin duda, a lo largo de los años me he ido dando cuenta de lo bella que fuiste y siempre has sido.
                Sin embargo, por aquel entonces yo perseguía la falda de una cantante sin éxito de country americano que era todo lo contrario a ti: estúpida, vanidosa y muy, muy atractiva (y no es que tú no lo fueras, sólo que no supe verlo). Tú, por tu parte, aún seguías con aquel maravilloso chico al que tiempo después dejarías. "Es demasiado bueno para mí, acabaré haciéndole daño", fueron tus palabras. Lo cierto es que nunca llegaría a entender el por qué lo hiciste, y creo que ni tú misma lo sabías.

                Aquella noche nos divertimos mucho, tanto que, a pesar de los años que han pasado, pocas veces lo he pasado tan bien. No es que fuera nada del otro mundo, pero hubo algo que no ha vuelto a estar presente nunca. Quizás fuera una mezcla de todo: te recuerdo sentada en la barra de un bar sobre un taburete alto, bebiendo de tu pajita negra aquel líquido transparente en un vaso de tubo, mientras me mirabas con los ojos muy abiertos, escuchando, sin perder ni un solo detalle; la historia que te contaba. De fondo sonaba Tears in Heaven, así que el maestro Eric Clapton ponía ese matiz nostálgico que toda buena velada debe tener.


                Cuando me enteré de tu muerte puse aquella misma canción en mi viejo equipo de música y rememoré aquella conversación. Los años han borrado de mi memoria las palabras que dije entonces, pero tus ojos marrones mirándome tan grandes jamás se me olvidarán. Junto al recuerdo de aquella noche, quizás motivada por la magia de esa melodía, una pregunta vino a mi cabeza: "¿qué hubiera pasado si nos hubiéramos besado?"
                Durante años elaboré mil y una respuestas, suponiendo que alguna en la que los dos acabábamos juntos sería la correcta, pero, extrañamente, la que más real me pareció fue aquella en la que, después de encajar el dulce golpe que se produce entre dos labios que se besan, me sonreías y, con una naturalidad y una confianza propias de ti, me decías: "sabes que no saldría bien. Somos de dos universos distintos". Después, me besabas una mejilla y, tan elegante como siempre, te ibas hacia tu coche silbando una de esas canciones de amor mexicanas que tanto te gustaban.

 Hoy se cumplían veinte años de tu muerte y he vuelto a poner esa vieja canción de Clapton, pero esta vez, en lugar de buscar otra respuesta a esa pregunta sin contestar, he lanzado un beso a la nada. El beso que nunca te di y que siempre te perteneció.