viernes, 12 de mayo de 2017

Parte I.

Me desperté sudando tras una cabezada y me duché.
El agua helada potenció el efecto del café y me permitió acelerar mi marcha hacia la estación.


Llegué acalorado, con la esperanza de poder comprar un billete para el primer expreso de la mañana.
La taquilla abrió unos diez minutos después de mi llegada, sobre las siete y cuarto de la mañana, y adornaba a la estación con su tenue luz.
Yo era el único esperando para comprar un pasaje, así que no tardé demasiado.
Tras una breve charla con el dependiente, que tenía el pelo canoso y un aspecto somnoliento, partí con el papel en la mano rumbo al andén.


A las siete y media se anunció por megafonía que el tren que debía coger abría sus puertas y saldría en menos de media hora.
Me subí, y busqué mi compartimento privado. Una vez allí, me tiré sobre el asiento y, tras un aterrizaje forzoso, me recliné, me tapé la cara con mi fedora y me dispuse a dormir.


Tras una corta hora de sueño, el revisor pegó a la puerta y me pidió el billete. Una vez hubo comprobado que era original, me deseó buen viaje y me dejó en paz.
Así pues, pude disfrutar de cuatro cortas horas más de descanso en aquella butaca que, aunque tenía un tacto aterciopelado, acabó siendo tan incómoda como las viejas sillas de madera que gobernaban mi comedor.

viernes, 5 de mayo de 2017

Carta II.

Pasaron dos largas semanas desde enviar carta al recibir la respuesta.
Estaba escrita con una preciosa caligrafía roja sobre un papel adornado con motivos románticos.
Sin duda, para Matilde no era más pasatiempo.


Querido Ignacio,
No es molestia ayudarle en este negocio tan vital para usted como para mí.


El señor Basilio es un caballero de la alta sociedad barcelonesa, que  está aquí de visita para cerrar unos negocios.


La razón de su acercamiento a Cristina es burocrática, pues ella es la encargada de enseñarle la ciudad.
Sin embargo, parece que el empresario quiere algo más que una guía turística guapa.


Dese prisa en actuar, mi querido amigo.
Las apuestas van en su contra.


“No temas caer, o jamás te levantarás. “


Matilde Marcedí.


Aquella última frase me recorrió la mente durante horas, revolviendo mis temores.


Esa noche no pude dormir.
La imagen de Cristina paseando del brazo del señor Basilio me repugnaba.
Salí de la cama en busca de un vaso de agua. Lo llevé de la cocina al baño y me miré al espejo.
Estaba pálido, de miedo y de asco.
Bebí un buen trago y alcé, de nuevo, mis ojos al cristal.

Me concentré en mi mirada y me dije a mí mismo que ya era hora de levantarse.