jueves, 31 de marzo de 2016

El ciego

Aquella muchacha era la esperanza de toda una población. Apenas alcanzaba los 30 años, tenía los ojos oscuros, como el carbón. Un cabello moreno, que chocaba con su blanca piel, pero que iba a juego con su mar de lunares.
Hacía poco que había acabado su formación. En aquel lugar, tras acabar los estudios elementales eras clasificado según tus aptitudes y aprendías durante diez años, desde los quince hasta los veinticinco; la que sería tu profesión durante el resto de tu vida.

Ella era única, no encajaba en ningún trabajo, así que tuvo la oportunidad de elegir por ella misma.
Decidió estudiar a los antiguos y tratar de responder sus preguntas.

Al principio se burlaban de ella, pues la opinión popular, que a veces es necia, se centraba en recordarle la "inutilidad" de su actividad.
Fueron unos años difíciles, en los que pronto descubrió que no hay más ciego que quien nació con todo puesto en su frente.

Sin embargo, se dio cuenta de que la necesitaban, a ella y a los locos que siguieron sus pasos o que recorrieron el camino antes que ella. Eran ellos quienes ponían las metas, y el resto quien trataba de alcanzarlas.
Por eso la necesitaban, necesitaban metas. Necesitaban que alguien le diera la vuelta a su mundo y así poder buscar las cosas que están detrás de cabeza.

sábado, 26 de marzo de 2016

El tiempo.

Aquella no sería una moche especial de no ser por el hecho de que el reloj se adelantaría. Tal vez ese gesto sería algo insignificante, sin importancia; pero él tenía el poder de ver en los pequeños gestos de la vida mucho más allá.

El reloj marcaba la 1:57, faltaban tres minutos para la hora "h" y fue entonces cuando de su cabeza brotó la idea del tiempo. ¿Qué era el tiempo?
Para algunos autores clásicos, el tiempo era algo lineal, para otros, era un bucle que se repetía. Para los científicos contemporáneos, una dimensión. Para él y para muchas personas, una deuda.

Todo el mundo desea tener más tiempo, es algo muy valioso, tanto, que incluso los sabios de las épocas más remotas se dieron cuenta: "El tiempo es oro".

Repitió aquella frase en voz alta un par de veces, mirando a la nada. Después otras tantas para sus adentros, y entonces supo que el mayor anhelo del hombre era de poder manejar el tiempo nunca sería posible, por mucho que adelantaran o retrasaran las horas.

El tiempo era el instrumento que organizaba el resto de cosas. No se podía manejar, pues siempre avanzaba hacia delante sin la capacidad de retroceder o viajar hacia el futuro.

Aquel era su secreto más preciado, y sólo lo conocían su viejo reloj y él.

sábado, 19 de marzo de 2016

Los ases.

Aquella era una noche de tormenta, sin embargo era un día único en el calendario. Para cualquier otra persona el 20 de mayo no tendría especial relevancia, si acaso, coincidiría con algún cumpleaños o boda; pero para ellos cuatro, aquel día señalado en rojo era un momento de recuerdo.

Sus vidas se separaron al estallar la guerra en su país, conflicto que además de vidas de inocentes, se llevó la tradición de estos cuatro señores.
Cada sábado se reunían en el bar de su pueblo a jugar al póker, acompañando la velada con una copa del mejor whisky escocés.

Al comienzo de la contienda, un 20 de mayo de hace unos treinta años, acordaron que cada año irían al bar mas cercano y se echarían un solitario, acompañado de una copa de aquel preciado licor; con la condición de que cuando uno de los cuatro integrantes del grupo muriera, quitaran un As en su memoria.

Pasaron veinte años, la guerra terminó hace diez, pero aquel país no era un lugar para aquellos viejos... Veinte años en los que los cuatro jugadores resolvieron aquel reto con todas las cartas. Sin embargo, aquel año fue un momento triste, pues sería el primer año en el que solo jugarían tres, el primer año con un as menos.

Fue aquel año cuando él descubrió que, aunque se pudiera jugar perfectamente sin ese as, era aquella carta la que le daba sentido al juego.

lunes, 14 de marzo de 2016

El pescador.

Aquella mañana era fría, no solo por la temperatura, sino más bien por la situación.
El barco salía a las 7.45 de la mañana, en él irían unos 10 marineros en busca de pescado que poder recolectar, para meses más tarde, venderlo a una multinacional y que ellos se encarguen de hacer consumibles baratos.

Tenía fe en que su familia fuera a despedirse, iba a ser un largo viaje, en el que iba a estar solo y quería llevarse un recuerdo de ellos, un abrazo.
Pero era una familia rota. Sus padres querían una cosa para su hijo, él en cambio, optó por seguir su propio camino, senda que le iba a llevar a estar varios meses en alta mar mojado y luchando, junto con sus compañeros, por traer de vuelta un par de toneladas de pescado […]
Como era de esperar, ningún familiar estaba allí para despedirse. Habían un par de viejos amigos, a los que invitó a un café, pero nadie más.


Pasaron los meses, y hubo tormentas, muchas tormentas; aunque también salía el sol de vez en cuando. Pero sobre todo, tuvo mucho tiempo para sí mismo, para pensar en todo… Y pensó en ellos, en sus padres.
No necesitó un proyector, pues aquel drama se lo sabía de memoria. Suponía que aquella situación era el fruto de un árbol que tenía un cúmulo de circunstancias como hojas, situaciones, que lejos de arreglar las cosas, lo único que hacían eran destrozarlas. Era la magia humana, capaz de destrozarlo todo.

Pero no perdió la fe, y un día regresó de aquella aventura, con un repugnante olor a pescado, las manos agrietadas y secas; y una medio sonrisa en la cara. Volvía a tierra, volvía a su hogar, volvía a aquella guerra que los estaba matando a todos.
Posiblemente aquel conflicto era culpa de ambos bandos, o igual solo era un cúmulo de circunstancias.


Aquella historia no tendría final feliz. En una guerra nadie gana, y aunque ellos lo sabían, también conocían que el perdón no arregla las cosas.

jueves, 10 de marzo de 2016

El cenicero.

Había sido un día nublado, tanto en el exterior, donde los transeúntes paseaban con miedo a que lloviera; como en su interior, donde sus sentimientos, enfrentados, disputaban entre ellos para tomar la decisión correcta.
Si hubiera llegado hace poco a aquel lugar no le hubiera importado dejarlo atrás despidiéndose de sus conocidos. El problema es que una parte importante de su vida estaba allí.
Llegó huyendo de si misma, con la intención de encontrar en aquel pueblecito una pizca de su esencia, algo que le ayudara a crecer. Pero aquel no era un pueblo normal, era un lugar mágico.

El primer día pensó que no sería bien recibida, ya que rompería con la postal tradicional del pueblo; pero no solo eso no ocurrió, sino que, con la magia de aquel lugar, fue bienvenida con los brazos abiertos, y gracias a los magos de aquella villa, se sintió una más desde el primer día.

Rápidamente encontró un trabajo, algo con lo que poder pagar el alquiler, y darse algún capricho de vez en cuando, aunque en el pueblo lo único que hubiera fueran cosas caseras y complementos acordes con la moda del lugar. Su ocupación no era algo muy prestigioso, pues solamente servía copas en el bar del pueblo, pero si que le sirvió para enriquecerse de las historias que le contaban.
Como buena psicóloga que era, escuchaba a los clientes que iban tarde tras tarde a ahogar sus penas en alcohol. Amaba aquello.
No ganaba mucho económicamente, pero le reconfortaba ser capaz de ayudar a los pueblerinos que no pasaban por su mejor etapa, alegrarse con las alegrías de ellos, e incluso poder llorar con las historias de amor de los más ancianos.

Las personas de aquel pueblo pronto empezaron a cogerle cariño a aquella “ciudadana”, como ellos la llamaban, que había querido cambiarlo todo por empezar de cero allí, y por acompañarlos en sus tardes de brisca, cinquillo o dominó.

En aquel lugar mágico, había descubierto la esencia de la vida, y había cambiado y aprendido mucho, gracias a ellos.
Aprendió lo que era el amor verdadero, gracias al grupo de “abueletes”, como ella los llamaba cariñosamente, que le contaban historias donde ellos eran los protagonistas.
También aprendió el valor de las cosas, cuando vio al dueño del local regalándole a un viejo conocido un cenicero. Podría ser un recipiente normal, pero aquel guardaba en su interior las cenizas de una gran amistad.

Pero no solo ella consiguió cosas de ellos, aquellos hombres y mujeres que se relacionaban día a día con ella obtenían una visión diferente de las cosas.
Los más jóvenes, por ejemplo, deseaban abandonar aquella zona y emprender un nuevo camino que les llevase la ciudad, pero tras hablar con ella vieron que lo que ellos tenían era mucho más valioso que lo que cualquier ciudad podría tener.



Sin embargo, aquella noche en la que sus sentimientos estaban encontrados, debía tomar la mayor decisión de su vida. Le había llegado una oferta de trabajo para realizar lo que realmente le gustaba, ganando una fortuna. A cambio, debía olvidar esta villa, marcharse del pueblo. Dejar una parte de ella, tal vez la mejor, en un cenicero del bar donde trabajaba.

domingo, 6 de marzo de 2016

Las máscaras.

Llegaba tarde, esa noche era la fiesta más importante del año. El baile de máscaras.
Cuando llegó al lugar, le recibieron con un refrigerio a la entrada; bebida que por educación no rechazó.

El viejo palacio, a la par que lujoso,  alojaba a por lo menos mil habitantes de aquel pueblo, todos con sus bonitas máscaras.
Hacía una temperatura envidiable, aunque por aquella zona, abril era un tiempo cálido.

Lo cierto es que él no quería llevar máscara,  pero todo el mundo le felicitaba por la calidad y la belleza de la suya. De hecho, podría ganar perfectamente el concurso de máscaras.
Sin embargo, decidió quitársela. Y es lo que hizo, la arrancó de su joven cara y la tiró con  desprecio hacia el suelo. Pero aquel acto fue la oportunidad para que alguien recogiera el objeto y ganara el premio a mejor máscara, que además de fama le daba dinero [...]

Se acercó la hora del baile, y con ella, la sala principal se fue llenando de máscaras de todos los colores además de una explosión, resultante de la mezcla inflamable de los diferentes perfumes...

Al compás de la música las parejas bailaban de forma mística, hacia delante, hacia atrás...
Y en un lado de la sala estaba él, con la cara descubierta, mirando a todos lados con temor a que vieran que era el único verdadero en aquel lugar.
Pero en uno de esos movimientos de su cuello, sus ojos encontraron la mirada perdida y triste de una chica, que ocultaba su tristeza bajo un precioso antifaz rosado.
Fue un solo segundo en el que sus ojos marrones reconocieron el dulce azul de su mirada. Y aquel momento fue suficiente para que ella dejara atrás su máscara, junto a ella, la tristeza.
Ya no tenían miedo, ya no estaban tristes; y, aunque les cerraron las puertas del cielo, sabían que en aquel lugar lleno de ángeles,  los únicos querubines eran ellos.


viernes, 4 de marzo de 2016

El cigarrillo.

Y encendió un cigarrillo y se tumbó en la suave arena, que podría haber sido un manto de seda, si no llega a ser porque los pequeños granos se escapan de la prisión de sus dedos al ser recogidos con suavidad.

Decidió perderse en las estrellas mientras consumía lentamente aquel mortífero placer. Absorta en la galaxia de sus pensamientos, no sabía qué era más letal, si aquel mar de dudas que le inundaba el corazón y que luchaban con las respuestas que daba la razón; o si ese pequeño producto elaborado a base de tabaco y demás componentes cancerígenos.

A aquel viaje le acompañaban notas musicales, canciones que resonaban en su cabeza, y que salían fuera, dando forma a las caladas de humo que luchaban por salir de aquella prisión.

Sin embargo, eran sus ideas lo que la consumía, y no aquel pobre utensilio de disfrute que sostenía con cierto desinterés entre sus labios.
Tenía un dilema, su cabeza opinaba una cosa, su corazón otra; y entre ambos, ella, que era la que debía de actuar. Rápido.


Pero aquella indecisión la hizo consumirse, mientras apuraba aquel cigarro, mientras salían de ella las últimas notas de un rezo de esperanza que no termina bien, mientras en su cabeza, la canción daba un giro triste y melancólico y terminaba apagándose.