lunes, 14 de marzo de 2016

El pescador.

Aquella mañana era fría, no solo por la temperatura, sino más bien por la situación.
El barco salía a las 7.45 de la mañana, en él irían unos 10 marineros en busca de pescado que poder recolectar, para meses más tarde, venderlo a una multinacional y que ellos se encarguen de hacer consumibles baratos.

Tenía fe en que su familia fuera a despedirse, iba a ser un largo viaje, en el que iba a estar solo y quería llevarse un recuerdo de ellos, un abrazo.
Pero era una familia rota. Sus padres querían una cosa para su hijo, él en cambio, optó por seguir su propio camino, senda que le iba a llevar a estar varios meses en alta mar mojado y luchando, junto con sus compañeros, por traer de vuelta un par de toneladas de pescado […]
Como era de esperar, ningún familiar estaba allí para despedirse. Habían un par de viejos amigos, a los que invitó a un café, pero nadie más.


Pasaron los meses, y hubo tormentas, muchas tormentas; aunque también salía el sol de vez en cuando. Pero sobre todo, tuvo mucho tiempo para sí mismo, para pensar en todo… Y pensó en ellos, en sus padres.
No necesitó un proyector, pues aquel drama se lo sabía de memoria. Suponía que aquella situación era el fruto de un árbol que tenía un cúmulo de circunstancias como hojas, situaciones, que lejos de arreglar las cosas, lo único que hacían eran destrozarlas. Era la magia humana, capaz de destrozarlo todo.

Pero no perdió la fe, y un día regresó de aquella aventura, con un repugnante olor a pescado, las manos agrietadas y secas; y una medio sonrisa en la cara. Volvía a tierra, volvía a su hogar, volvía a aquella guerra que los estaba matando a todos.
Posiblemente aquel conflicto era culpa de ambos bandos, o igual solo era un cúmulo de circunstancias.


Aquella historia no tendría final feliz. En una guerra nadie gana, y aunque ellos lo sabían, también conocían que el perdón no arregla las cosas.

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