martes, 26 de julio de 2016

Tributo.

El día se consume, como esa vela que queda encendida en mitad de la tarta.
Es cuestión de tiempo que se apague, que la noche llegue.

Las cenizas darán lugar a las estrellas, y esa vela olvidada será el faro que alumbra el mar. Será mi Luna, la que me guiará entre la humanidad. [...]

Ocurrió lo inevitable.
Llegó la noche, se apagó la vela y se encendió el faro.
Su luz me guía, me conduce y me protege.
Pero también me da esperanzas, porque si luz me recuerda a la del Sol, y es entonces cuando entiendo que es él.

Uno me guía durante el día y el otro me protege por la noche.

Os echo de menos abuelos, pero me queda el consuelo de que ahora estáis en el lugar que se os prometió.
Cuidaos.

jueves, 21 de julio de 2016

La batalla.

El sol comenzaba a ponerse, las nubes se iban apagando. Comenzaba a salir la luna.
La playa comenzaba a oscurecerse, pero en mitad de dicha puesta de sol, sobre el cielo naranja; el humeante filo azulado de aquella espada prendió.

El joven, asustado pero alerta, retrocedió. Estaba débil pues había salido herido de otro combate.
En su cabeza una pregunta "¿Hasta cuando esta guerra sin sentido?"
En su mano, una espada de fuego.

Enfrente suya, el otro chico. Con su espada azulada y el propósito de ser libre.

- ¿Por qué luchas? Únete a nosotros y no morirás.

La espada azul se encendió y hasta el cielo subió una pequeña columna de humo azulado.

No hubo respuesta. La decisión estaba tomada. Habría combate.

El filo rojizo atacó primero, desestabilizando la llamarada uniforme que brotaba del interior de la otra espada.

Las estocadas se alternaban. Ataque roja, defensa azul. Contraataque azul, repliegue rojo.

La luna se afirmó en el cielo y con ella las estrellas. La arena saltaba, iluminada por el calor del acero que chocaba sin parar.
A lo lejos, varias personas observaban el combate, expectantes de ver al ganador.
Las reglas eran claras: Combatir hasta morir.

Pero no es nuestra batalla. Es su batalla. Es su rebelión. Sus creencias contra su razón. No podemos opinar, no podemos juzgar. Tan sólo lo podemos aceptar.

viernes, 8 de julio de 2016

El Caballero.

Las viejas canciones hablaban de un fuerte guerrero. Valiente, fuerte, despiadado...; eran algunas de las características que enaltecían los juglares.
Sin embargo, endulcificaron la historia de aquel capitán de armadura sucia. [...]

No, no era fuerte ni valiente, tan sólo era un don Juan. Sabía qué decir para que cayeran a sus pies.
Cierta noche, llegó a la taberna de uno de los múltiples pueblos que aquel país tenía. Allí conoció a una joven alta, delgada, con unos ojos azules que tenincitaban a hundirte en ellos y un dorado cabello liso, no muy bien cuidado.
Si hacemos caso a esta descripción, estaríamos ante alguien deseado por nosotros, sin embargo, allí sólo era una más, otra que ayudaba en la taberna e iba a misa los domingos.

Decidido a cazar su siguete presa, el apuesto galán empezó su ritual. La hipnotizó rápido, o eso quiso creer él. Lo cierto, es que fue la dama quien lo engañó.

Pasaron los días y el joven empezaba a desesperarse. Él tenía un deseo carnal, pero ella solamente quería saber si lo que contaban de él era cierto.

La noche de antes de partir, entablaron una profunda conversación, de la que la chiquilla obtuvo las respuestas. Eran aterradoras.
Jamás nadie se escapó de sus brazos, mas él sólo deseaba placer.
Eso debía de acabar, pensó ella.

Al volver de la cocina se acercó a su oído y lo invitó a jugar cuando acabara su jornada.
Más tarde, esa misma noche, la chica lo llevó a la cama y el ritual empezó.

Sólo se escucharon gritos.

La mañana llegó y el joven no salía de su habitación. Llegó la tarde y el panorama no había cambiado.
Así pues, el dueño de la posada subió a despertarlo.

Horror. Eso fue lo único que pudo decir el viejo posadero de aquella imagen:
El joven degollado, bañado en su propia sangre, con una frase en su cuerpo "Jugaste a matar y acabaste muerto."

Por supuesto, los juglares cantaron otras versiones: "... mas aquel caballero de gran capa y aún mayor espada, fue derribado de su caballo en aquella estrepitosa batalla." "... Y fue así, como el joven, rodeado de enemigos, blandió su espada y acabose, lo menos, con veinticinco. Siendo este último quién le sacrificara por la espalda."

lunes, 4 de julio de 2016

Nada que enviar.

"No hay nada que me puedas enviar"
Fueron las únicas palabras que recibí en la que sabía, sería su última carta. Sólo pude aceptarlo.

Fui yo quien lo abandonó, quién decidió ir en busca de ese reflejo tan brillante y precioso, pero que no es más que eso, un reflejo; de algo que había sido objeto de anhelo de muchos.

Tal vez pensara que eso llenaría mi vacío, sin embargo, seguía con la misma sensación. Quizás solamente pensaba que estaba vacía.

Seguí viajando, a veces sola, a veces con los recuerdos de aquellas personas a los que echaba de menos...
Conocí España, Escocia, Italia y algún que otro lugar por medio de sus pueblos y de sus habitantes.
Y fue paradójico, pues esas personas de las que opinaba "no sabrán nada", resultaron enseñarme demasiado.

Una vez creí haber aprendido suficiente decidí volver. Así pues, regresé.
Conmigo sólo volvieron libros, conocimiento y un sentimiento hasta ahora caro y difícil de conseguir: Felicidad.
Cada vez la encontraba en más lugares.
En mi pequeño y juguetón perro, en las sonrisas de las personas. En la mirada de él.

Cuando me volvió a ver, después de mucho tiempo, no dijo nada. Sin embargo, sus ojos le delataron y supe que el volver a verme fue el mejor regalo que le podía traer. En el fondo, nunca dejó de amarme.