jueves, 21 de julio de 2016

La batalla.

El sol comenzaba a ponerse, las nubes se iban apagando. Comenzaba a salir la luna.
La playa comenzaba a oscurecerse, pero en mitad de dicha puesta de sol, sobre el cielo naranja; el humeante filo azulado de aquella espada prendió.

El joven, asustado pero alerta, retrocedió. Estaba débil pues había salido herido de otro combate.
En su cabeza una pregunta "¿Hasta cuando esta guerra sin sentido?"
En su mano, una espada de fuego.

Enfrente suya, el otro chico. Con su espada azulada y el propósito de ser libre.

- ¿Por qué luchas? Únete a nosotros y no morirás.

La espada azul se encendió y hasta el cielo subió una pequeña columna de humo azulado.

No hubo respuesta. La decisión estaba tomada. Habría combate.

El filo rojizo atacó primero, desestabilizando la llamarada uniforme que brotaba del interior de la otra espada.

Las estocadas se alternaban. Ataque roja, defensa azul. Contraataque azul, repliegue rojo.

La luna se afirmó en el cielo y con ella las estrellas. La arena saltaba, iluminada por el calor del acero que chocaba sin parar.
A lo lejos, varias personas observaban el combate, expectantes de ver al ganador.
Las reglas eran claras: Combatir hasta morir.

Pero no es nuestra batalla. Es su batalla. Es su rebelión. Sus creencias contra su razón. No podemos opinar, no podemos juzgar. Tan sólo lo podemos aceptar.

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