lunes, 4 de julio de 2016

Nada que enviar.

"No hay nada que me puedas enviar"
Fueron las únicas palabras que recibí en la que sabía, sería su última carta. Sólo pude aceptarlo.

Fui yo quien lo abandonó, quién decidió ir en busca de ese reflejo tan brillante y precioso, pero que no es más que eso, un reflejo; de algo que había sido objeto de anhelo de muchos.

Tal vez pensara que eso llenaría mi vacío, sin embargo, seguía con la misma sensación. Quizás solamente pensaba que estaba vacía.

Seguí viajando, a veces sola, a veces con los recuerdos de aquellas personas a los que echaba de menos...
Conocí España, Escocia, Italia y algún que otro lugar por medio de sus pueblos y de sus habitantes.
Y fue paradójico, pues esas personas de las que opinaba "no sabrán nada", resultaron enseñarme demasiado.

Una vez creí haber aprendido suficiente decidí volver. Así pues, regresé.
Conmigo sólo volvieron libros, conocimiento y un sentimiento hasta ahora caro y difícil de conseguir: Felicidad.
Cada vez la encontraba en más lugares.
En mi pequeño y juguetón perro, en las sonrisas de las personas. En la mirada de él.

Cuando me volvió a ver, después de mucho tiempo, no dijo nada. Sin embargo, sus ojos le delataron y supe que el volver a verme fue el mejor regalo que le podía traer. En el fondo, nunca dejó de amarme.

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