Y encendió un
cigarrillo y se tumbó en la suave arena, que podría haber sido un
manto de seda, si no llega a ser porque los pequeños granos se
escapan de la prisión de sus dedos al ser recogidos con suavidad.
Decidió perderse en
las estrellas mientras consumía lentamente aquel mortífero placer.
Absorta en la galaxia de sus pensamientos, no sabía qué era más
letal, si aquel mar de dudas que le inundaba el corazón y que
luchaban con las respuestas que daba la razón; o si ese pequeño
producto elaborado a base de tabaco y demás componentes
cancerígenos.
A aquel viaje le
acompañaban notas musicales, canciones que resonaban en su cabeza, y
que salían fuera, dando forma a las caladas de humo que luchaban por
salir de aquella prisión.
Sin embargo, eran
sus ideas lo que la consumía, y no aquel pobre utensilio de disfrute
que sostenía con cierto desinterés entre sus labios.
Tenía un dilema, su
cabeza opinaba una cosa, su corazón otra; y entre ambos, ella, que
era la que debía de actuar. Rápido.
Pero aquella
indecisión la hizo consumirse, mientras apuraba aquel cigarro,
mientras salían de ella las últimas notas de un rezo de esperanza
que no termina bien, mientras en su cabeza, la canción daba un giro
triste y melancólico y terminaba apagándose.
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