viernes, 4 de marzo de 2016

El cigarrillo.

Y encendió un cigarrillo y se tumbó en la suave arena, que podría haber sido un manto de seda, si no llega a ser porque los pequeños granos se escapan de la prisión de sus dedos al ser recogidos con suavidad.

Decidió perderse en las estrellas mientras consumía lentamente aquel mortífero placer. Absorta en la galaxia de sus pensamientos, no sabía qué era más letal, si aquel mar de dudas que le inundaba el corazón y que luchaban con las respuestas que daba la razón; o si ese pequeño producto elaborado a base de tabaco y demás componentes cancerígenos.

A aquel viaje le acompañaban notas musicales, canciones que resonaban en su cabeza, y que salían fuera, dando forma a las caladas de humo que luchaban por salir de aquella prisión.

Sin embargo, eran sus ideas lo que la consumía, y no aquel pobre utensilio de disfrute que sostenía con cierto desinterés entre sus labios.
Tenía un dilema, su cabeza opinaba una cosa, su corazón otra; y entre ambos, ella, que era la que debía de actuar. Rápido.


Pero aquella indecisión la hizo consumirse, mientras apuraba aquel cigarro, mientras salían de ella las últimas notas de un rezo de esperanza que no termina bien, mientras en su cabeza, la canción daba un giro triste y melancólico y terminaba apagándose.

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