domingo, 28 de febrero de 2016

El soñador.

Era una dulce tarde de septiembre, con una leve brisa marinera que más que frescor, aportaba libertad. El sol se empezaba a esconder, y el cielo parecía un lienzo en el que una preciosa combinación de colores anaranjados y rosados contrastaban con el desorden de bandadas de pájaros volando en todas direcciones en busca de su hogar.
En aquel acantilado estaba él sentado, contemplando aquella escena, que perfectamente podría ser la definición de tranquilidad, satisfacción o paz. No importaba nada ni nadie.

Sin embargo, a la vez que miraba a la nada, pensaba en todo. Todo lo que le trajo aquel verano, todo lo que le traerían los siguientes meses, y también soñaba.
Soñaba con algún día poder casarse con aquella chica altita e inteligente a la que se quedaba absorto contemplando cuando ella no lo veía.
También soñaba con todo lo que iba a ser en la vida: el médico que más vida salvará, el investigador que descubrirá la cura contra una importante enfermedad, o por qué no, el arqueólogo que encuentre aquella misteriosa a la par que mágica ciudad sumergida en el fondo del océano.

Pero también se acordó de sus familiares que ya no estaban con él. Sus abuelos, a los que echaba enormemente de menos.
Mientras se acordaba de ellos con lágrimas en los ojos, deseó que aquel momento fuera eterno, ya que volvía a abrazarlos con una gran sonrisa en la cara.

Tras esa breve llovizna propinada por la melancolía, volvió a su cara una sonrisa radiante como el sol.
Se imaginaba siendo abuelo de unos maravillosos nietos, de hecho, la postal era la de una cena de Nochebuena todos reunidos en la mesa cenando, y a su lado, ella.

En su cabeza, a la película acompañaba la banda sonora de “Shake shake go” (un grupo de música “rara” que le encantaba) y su canción “England skies”, y aunque estaban en un lugar de la costa mediterránea, aquella canción encajaba como si hubiera sido diseñada acorde a acorde para aquel momento y lugar.

Eran sueños de niños, pero era amor verdadero. Tal vez por eso aquel momento era perfecto, porque en el fondo, aquella tranquilidad le permitía ser el director de una película que tal vez no se rodaría, pero que era su favorita.
Eran delirios de un soñador. Pensamientos que chocaban con la realidad, pero que él amaba.

Eran sueños.

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