jueves, 18 de febrero de 2016

La deuda.

Era joven, guapa y lista, pero huyó de su país, con la penitencia de recordar a su familia. Fueron muchos los días que vagó sin rumbo, junto a ella, miles de inmigrantes más que buscaban en Europa un refugio, una esperanza... Había quien viajaba junto con su familia, ella sin embargo no tuvo tanta suerte, solo le quedaba una foto y el recuerdo de ellos.

Desembarcó en un lugar que a primera vista parecía tranquilo, pero aquí le esperaría otra guerra. No tenía dinero, no había acabado la carrera y lo único de valor que tenía era su cuerpo. Estaba sola y tenía frío. Pasaron los días y ella rebuscaba en la basura, como una rata para poder sobrevivir; por las noches, dormía en un banco de un parque frío de cualquier lugar de una Europa dura con los desfavorecidos. No tuvo otra opción. Se buscó la vida como buenamente pudo para sobrevivir, pero la batalla solo comenzaba.

Se enganchó rápidamente, la estaba matando por fuera y por dentro, demasiado rápido. Llegó un punto en el que no cumplía años, cumplía días. Su vida no tenía valor, sus clientes salían satisfechos y le daban lo justo para que ella pudiera pagarse su vicio.
Antes de la guerra, tenía sueños ambiciosos. Ahora solo quería morir pronto.
Pasaba las tardes sentada en aquel bordillo, junto a aquella tienda lujosa, y veía a la gente pasar por delante de ella, con dinero suficiente para comprarse collares de diamantes y relojes de oro, pero sin la dignidad suficiente de pagarle un café caliente que pudiera consolarla un poco. Por las noches era diferente, se situaba en el polígono y esperaba a que ciudadanos de un "buen país" la recogieran en sus Mercedes con asientos de cuero y la llevaran a un hotel de mala muerte [...]
Al menos podía dormir bajo techo y comer un plato, aunque fuera frío.

Todas las noches antes de dormir, tras haber ahogado sus penas en vino barato, lloraba, recordando a su familia y observando aquella postal en la que todos estaban felices.

Pero un día, el sol tardó en ocultarse. Había sido una larga tarde observando como ricachones de aquel lugar entraban en las lujosas tiendas saliendo de ellas con aparatosas bolsas. Cuando se dirigía a su "lugar de trabajo", con el pensamiento de que hoy sería el último día de esa vida, divisó a un hombre. Aquel chico era joven, tendría su edad más o menos, y parecía dispuesto a saltar al vacío desde aquel puente. Ella se acercó y le preguntó:
- ¿Por qué un joven con tanta suerte como tú quiere suicidarse?
A lo que el joven zagal, que tenía una camisa de una de aquellas tiendas lujosas, respondió:
- ¿Por qué una joven con tan mala suerte como tú no quiere suicidarse?
Ella lo miró con una enorme tristeza y echó a llorar.
- Yo solo quiero que esto acabe. - Dijo ella. - Huí de un país en guerra para poder vivir bien, y he desembocado en algo peor. Mírame. Lo único que me mantiene con vida es la falta de valor.
El chico bajó de aquel pedestal y la abrazó. Y fue un abrazo verdadero.
Esa noche, ella durmió en una casa normal, en la que solo estaban aquel chico y ella. Al día siguiente, el joven prometió llevarla a comprarse ropa de aquellas lujosas tiendas, oferta que declinó. No quería ropa lujosa, simplemente quería ropa normal.
Aquella pareja se casó, ella acabó su carrera y la casa normal en la que vivían la decoraron de cosas normales. Y cada vez que encontraban a un desfavorecido en la calle, le pagaban un café.
No fue fácil declinar los lujos que la familia del chico les ofrecían, pero con el dinero de sus venta, consiguieron hacer una pequeña comuna, con agua caliente y camas, para que todos los desfavorecidos de aquella ciudad europea pudieran vivir, a cambio, ellos tendrías que encargarse de mantenerla limpia y de administrar sus propios recursos.

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