miércoles, 24 de febrero de 2016

La leyenda.

Cuenta la leyenda que en un lugar lejano, el dinero no existía puesto que el oro con el que se fabricaba no tenía otra utilidad, con lo que era considerado algo inútil. 
En aquel país gobernaba un sabio y viejo rey, que junto con sus consejeros, regularon las riquezas y dividieron a los habitantes para que cada uno realizara una labor para el bien común. 

Aquel rey tuvo dos hijos. El mayor, era como su padre, justo y valeroso. El pequeño, sin embargo era codicioso y solo quería poder y riquezas. 

Cuando el buen rey murió, llegaron al pueblo unos extranjeros, que contratados por el hijo menor, engañaron a los ciudadanos para que lo eligieran a él como sucesor.
Una vez en el trono, colocó a los dos ayudantes en el gobierno; y todas las medidas que había llevado a cabo su padre las quitó. Sólo buscaba enriquecerse, y esa finalidad llevó a aquel país a la pobreza. 

Fueron pasando los años, y con ellos generaciones de habitantes cada vez más pobres, que se preguntaban por qué estaba así el país si hacía años atrás había sido un maravilloso lugar donde vivir. 
Para aquella pregunta, un rey sentado en su lujoso sillón respondió: "Este país lo creó Dios y debéis trabajar para tenerlo contento. Sin embargo, aunque Dios nos vigila desde el cielo, ha nombrado a un representante suyo en la tierra, que soy yo, el Rey. Y a todo el que no trabaje o dude de su existencia, se le castigará con el Infierno."

Aquel país sufrió numerosas guerras y se volvió hogar de corruptos y ladrones. 
Pero nunca es tarde para salvarlo, porque aquel buen rey tuvo dos hijos. 

No se puede dar marcha atrás, pero sí se puede aprender de los errores y luchar porque se solucionen, esa tiene que ser la actitud de un buen gobernante.

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