sábado, 11 de junio de 2016

El bolígrafo de oro.

En aquella ocasión todos estaban trabajando.
La panadera terminaba de hornear el pan que vendería antes de cerrar,  el estudiante agonizaba en la última hora de clase de un jueves impregnado en la rutina.

El banco comenzaba a cerrar sus puertas, para ellos la jornada laboral había terminado.
A pocos metros de la casa de hipotecas y comisiones, esperaba ella la luz verde que le permitiera llegar al otro lado de la calle sin tener que esquivar a los coches.

En su cabeza solo había felicidad, pues acababa de entrar en la carrera que quería, además, con buena nota.
Iba en dirección a una vieja tienda de utensilios de escritura, que se encontraba en un pequeño callejón; donde conseguiría la que, sin saberlo, sería su mejor compañera de viaje.


Amaba escribir e informar, por eso hacía tiempo que visitaba aquella vieja tienda, lugar donde residía un precioso y caro bolígrafo de oro.
Deseaba aquel bolígrafo, y había estado ahorrando para poder comprárselo como premio por entrar a la universidad.
Sin embargo, cuando fue a pagar, el viejo y sabio dependiente, le aconsejó que no se lo llevara.
"Las apariencias engañan, y este bolígrafo, que parece tan bonito, en realidad no sirve para escribir".
La joven cambió el semblante al recibir la advertencia de su viejo amigo, pero siguió adelante con la compra. Así que lo pagó y se fue hacia casa.

Cuando llegó a su cuarto, abrió la cajita donde estaba el lujoso bolígrafo, y encontró un regalo del hombre. Una estilográfica, no tan bonita ni pesada, pero a su vez hermosa; de la que la chiquilla se olvidó.
Pasaron los meses, y el bonito bolígrafo acabó por decorar una mesa llena de papeles, mientras que la desapercibida consiguió el primer papel, pues no fallaba y era mucho más cómoda de usar. Además, ella le daba un toque distintivo a sus apuntes y trabajos, que hacía muchísimo más bella la labor de estudiar.

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