Entré, no sé muy bien por qué, a uno de esos lugares donde
abundan cuadros y esculturas. Museos creo que se llaman. Ya saben al lugar al
que me refiero. El sitio al cual va todo el mundo a contemplar retratos de
escenas de hace años mientras suspiran. No les entiendo, de verdad. Quizás sea
un auténtico paleto.
Bueno, iba andando por todas aquellas salas y vi una
escultura de gran tamaño. Era de mármol y representaba a un dragón. Quedé
maravillado. ¡Era tal y cómo me los imaginaba! Estuve como cinco minutos
contemplándolo de arriba abajo e incluso saqué una foto disimuladamente con mi
teléfono. Después pasé a un gran salón. En otra época estoy seguro que allí
cenaban grandes reyes, pero hoy guardaba parte de la decoración de aquel
entonces y un gran cuadro justo encima de la típica silla de banquete medieval
que salen en las películas. Sin duda era la obra estrella del museo, pues en aquel gigantesco salón apenas cabía un
alfiler. Había como tres colas para ver aquel cuadro.
Tras unos diez minutos de espera pude ver, apenas dos
segundos, el dichoso cuadro. No era para tanto, ¡eh! Era básicamente una
fotografía de uno de los muchos reyes que gobernó el castillo, aunque,
lógicamente, hecha pincelada a pincelada. El trazo era perfecto y la escena muy
nítida. Pero a mí no me decía nada en especial, así que cuando el guardia me
dijo que mi turno de contemplación había acabado no supliqué más tiempo. De
veras que no entendía a todas aquellas personas. ¿Qué tenía de especial aquel
retrato? Cuando salimos de allí, le pregunté a mi mujer por qué le gustaba
tanto aquel cuadro, y ella me dijo que lo había pintado un gran artista de
aquel mismo país. Luego estuvo un rato hablándome de técnicas pictóricas ¡cómo
si ella fuera experta en el tema!
Llegamos entonces a una pequeñita sala. Aquí apenas había un
par de parejas, contemplando un gran mural hecho sobre la misma pared. Cuando
lo vi, me vino a la mente la movida hippie. Al lado del muro había un pequeño
cartel que explicaba la historia de esta obra. Resulta que en los Años 60 un
grupo de anti nucleares se atrincheró en el castillo a modo de protesta contra
las políticas nucleares del gobierno de por aquel entonces. Durante su estancia
allí se pasaban los días protestando y pintando cosas en lienzos para después
colgarlos de la fachada. Un día se quedaron sin papel, así que lo hicieron en
una de las paredes. Era magnífico. ¿Saben la nube en forma de hongo
característica de las explosiones nucleares? Pues la imagen era esa, pero el
humo tenía muchos colores, rojo, morado, verde, azul amarillo…; el contorno era
negro y el fondo era un cielo azul, blanco y turquesa. Sin duda era lo mejor,
junto a la estatua del dragón de la entrada, que había en el museo.
Mi mujer, pasados un par de minutos me pidió marcharnos,
pues quería ir a otro museo antes de volver al hotel. Pero le pedí unos minutos
más. Me preguntó por qué, si aquello era un dibujo de unos muchachos colocados.
No imaginan cuánto me dolió aquello. “Un
dibujo de unos muchachos colocados.” ¿Cómo podía decir aquello del mural?
Era perfecto. Tenía sentimiento, preocupación. Tenía sentido. Ya sé que no era
igual de perfecto que el cuadro del rey, pero, al menos transmitía humanidad.
No era frío, como la mirada del monarca. Nadie lo había firmado. ¡Su objetivo
no era pasar a la historia inmortalizando a alguien importante o un momento
histórico! Su función era la de luchar. Por supuesto, ninguno de los que se
habían quedado absortos con el bigote del señor de la gran sala lo calificó
como arte, pero para mí, aquel colorido “dibujo”
sobre unos viejos ladrillos era mucho más sincero que el otro.
De hecho, si te fijas bien puedes ver la figura de un
payaso. ¡Qué genio el que lo hizo!
Ojalá entendiéramos que el arte no es sólo lo que basa en
las reglas que nos han explicado desde pequeñitos. Porque un relato de Bukowski
es igual de artístico que un poema de Machado, una canción de Fito igual que
una sinfonía de Mozart, que “El David”
de Miguel Ángel y “La Fuente” de
Duchamp, un cuadro de Velázquez y un Solter (artista psicodélico. Jonathan
Solter), o que una de Tarantino o Woody Allen no tienen nada que envidiarle a
uno de los teatros de Shakespeare.
Porque sobrevaloramos lo que se acerca al canon que unos “viejos” nos han dado
de lo que ellos entienden por arte y nos olvidamos de nuestro propio criterio,
de lo que realmente nos transmite algo. Porque el arte no es otra cosa que
aquello que nos transmite pasiones, sin importar la técnica ni la belleza. “Al final el oro es oro, no importa si es de
14 kilates o de 21 kilates.
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