martes, 14 de agosto de 2018

Libertad.


A veces me descubro mirando tu retrato, aquel que nos hizo un joven gitano en una transcurrida plaza veneciana. En él se habían quedado grabado los trazos de tu belleza jovial, carente de arrugas y preocupaciones. Tu sonrisa era auténtica. Eras feliz.
                Cuando lo miro, no pienso en nada. Simplemente me dejo llevar por mis recuerdos. Suelo acordarme de un paseo que dimos por el monte que había detrás de casa de tus padres. Era un día no excesivamente caluroso de verano y decidimos ir allí en lugar de a la playa, para poder desconectar del mundo. Una vez allí, iniciamos una travesía, sin rumbo. Simplemente empezamos a andar en una dirección, subiendo por un pequeño sendero y sentándonos sobre la tierra. El color pajizo de la hierba señalaba que era una época de sequía, sin embargo, a nosotros eso no nos preocupaba demasiado. Caminábamos dibujando una coreografía improvisada con nuestro cuerpo. Cualquiera que nos viera de lejos hubiera pensado que estábamos un poco borrachos o demasiado enamorados. Lo estábamos, al menos yo.
                Pero tú eras como la Luna, un ser único, sin dueño. Eras libre y lo sabías. Y por eso te quería, porque no necesitabas que te poseyera, sino que camináramos al lado el uno del otro. Éramos diferentes. No nos decíamos cosas como «eres mío» o «te quiero para mí solo», simplemente nos mirábamos y las palabras sobraban. Y ambos sabíamos que cualquiera podía alejarse en cualquier momento, sin embargo, ninguno tuvo miedo. Nos cogíamos de la mano y al rato nos soltábamos. Era nuestra forma de querernos. Libres, sin cadenas emocionales, pero con un amor verdadero. En cierto modo, creo que era producto de nuestra forma de entender el mundo. Se nos había quedado pequeño, nos asfixiaba. Por eso preferíamos el cielo, porque ahí podíamos volar. Y porque la Luna velaba por nosotros. Durante el día éramos extraños que se acariciaban y se besaban y se hablaban. Durante la noche un vínculo profundo se formaba entre nosotros. Y cuando alzaba la mirada al cielo nocturno, mi duda se despejaba. Estábamos hechos para estar juntos, pero solo bajo la atenta mirada de las estrellas.
                Por eso, cuando te marchaste, no te eché de menos mientras el sol reinaba en el firmamento. Pero sí que te añoraba por las noches. Me sentía vacío, no como alguien que nunca ha sentido, sino como alguien que lo ha perdido todo, pero a la vez no ha perdido nada. Y era así porque los dos éramos libres.

               
                Han pasado muchos años ya. Ahora tengo esa familia que tanto deseé y un buen puesto en una de esas multinacionales que tanto detestábamos. No te mentiré, tenía razón cuando te dije que mi ser acabaría muriendo. Creo que es mi castigo. Al principio traté de llenar mi vacío con alcohol, después con mujeres. Pero al final dejé que me consumiera. Decidí que era más sencillo buscar un buen empleo que me diera los suficientes dolores de cabeza como para no sentir esa ausencia en mí. Y, por si eso no bastaba, también busqué una buena y aburrida mujer y tuvimos dos preciosos hijos. Ninguno de ellos tiene la culpa de nada, faltaría más. Sin embargo, creo que sienten que no son suficiente. Claro que, ¿cómo podría explicarle que, en realidad, lo que pasa es que hace mucho que dejé de ser yo mismo? Pero soy feliz, al menos todo lo que puedo serlo.
                Después de que te fueras decidí no molestarte. Sabía que necesitabas tiempo para encontrarte. Yo también lo necesitaba. Pero confiaba en que acabarías regresando. Quizás por eso no luché. Aunque, tal vez, en el fondo estaba muerto de miedo. Sin embargo, ¿acaso importa ya? La vida ha sido justa conmigo. Perdí mucho, es cierto, pero jamás fue mi intención dejarlo ir. Y ella lo sabía, y por eso me recompensó, en cierto modo.


                Aún no es tarde para reencontrarnos. Todavía puedo buscarte, pero ¿y si estás en brazos de otro hombre? No puedo arriesgarme. Y es doloroso, créeme. Sin embargo, no puedo arriesgarme. Ya no. Dicen que «el que juega con fuego se acaba quemando». Bien, pues yo digo que el que pasa demasiado tiempo entre las estrellas acaba estrellándose. Y eso es lo que me pasó, que me estrellé. Espero que tú aún sigas volando, por mí. Por ti. Porque tú siempre fuiste libre y yo sólo un preso más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario