miércoles, 21 de noviembre de 2018

Piano


                Estabas preciosa tocando el piano. Sentada con rectitud y con el flequillo ocultando una pequeña parte de tu frente, te veía acariciar con suma delicadeza las blancas porciones, a la par que estas emitían un desgarrador sonido.

                Estabas de perfil y, si bajaba desde la puntita, un tanto colorada, de tu nariz hasta tu cadera, podía dibujar a la perfección tu silueta. La grabé, así como los pequeños hoyuelos que creaban los botones de tu camisa. Vestías una ajustada camisa blanca, junto a un traje oscuro. La chaqueta reposaba sobre el respaldo y, curiosamente, no desabrochaste las mangas. Tus labios portaban con orgullo un vivaz carmín, que chocaba con la melancolía de las notas.

                No era una pieza demasiado compleja, al menos para ti. Era sobria y triste, muy triste. Quizás lo fuera aún más porque sería la última vez que te vería. Tú no lo sabías, pero yo ya había tomado la decisión de alejarme.

                No podía aguantarlo más. Ya hacía tiempo que mi corazón se había roto, pero verte besar a otros, sentir la impotencia que sentía, simplemente me mataba. No pienses que fue fácil, pues no lo fue. Constantemente lloraba —también, a veces, lo hago—. Estuve mucho tiempo alicaído. La gente me preguntaba si estaba bien, me recomendaban ir al psicólogo. Incluso me diagnosticaron depresión. Pero yo no estaba deprimido, no necesitaba aquellas estúpidas pastillas. Yo sólo había dejado de sentir mis latidos. Era incapaz de distinguir si me hallaba en la realidad o en un simple sueño del que no podía escapar.

                Pasaron los años. Muchos, demasiados, tal vez. Iba caminando por la sección de televisores de un gran centro comercial. Abundaban, pero entre todos, distinguí el sonido de uno. Era extremadamente fino y tenía una gran y colorida pantalla. De él se escapan las notas de una melodía olvidada. Instantáneamente supe qué canción era. Sentí un pinchazo en mi interior, pero no fue doloroso. Los nervios me invadieron durante un segundo. Entonces me giré y lo enfoqué. En él se mostraba un plano de un público muy elegante sentados en un gran teatro. La imagen cambió y mostró una imagen tomada desde el techo en la que se veía un brillante piano de cola y a un intérprete tocándolo. En aquel preciso momento pensé que se trataba de ti. Que, tal vez, el caprichoso destino había querido recordarme que una vez sentí. Pero el destino lo escribimos nosotros. Tú no eras aquel músico.

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