miércoles, 5 de diciembre de 2018

Otra tontería más

Vienen tiempos difíciles. Os contaré lo que me sucedió el otro día en una cafetería que suelo frecuentar. 

El pasado viernes, al salir de clase, fui con una compañera a una cafetería cercana a mi facultad a tomarnos un trozo de tarta y un café mientras discutimos de temas propios de nuestra disciplina. La charla aconteció sin ningún hecho desdeñable. A veces nos emocionábamos demasiado y elevábamos el tono y otras saboreábamos el característico amargor de un expreso bien caliente. Hasta ahí, todo normal. 
Lo curioso sucedió cuando fuimos a pagar. Mi compañera se adelantó y a mí me saludó una muchacha un poco mayor que yo. En lugar de decir «hola», ella articuló «salam aláikum» (espero haberlo escrito correctamente). Yo no me esperaba aquello y, sin saber muy bien qué decir, respondí un simple «sorry» y una media sonrisa. Tras eso, acontecieron unos segundos de dudas de ambos, hasta que conseguimos comunicarnos en español. Me contó que me había confundido con un amigo marroquí de su primo. Y después agachó la cabeza y rápidamente dijo —fui capaz de descifrar cierto miedo en su voz—: «lo siento… Pero que no es nada malo, ni nada…». Después de aquello mi amiga me llamó y esta chica se marchó a otro lugar. Sin embargo, su disculpa sigue rondándome. «No es nada malo». Creo que aquello me dolió. 
No me molestó que me confundiera con un marroquí, tampoco que lo hiciera con un musulmán. Lo que me dañó fue que se tuviera que disculpar de aquella forma, como si acabara de cometer la mayor atrocidad del mundo.

Quizá os parezca una tontería. Pero no lo es. Para nada. El hecho en sí —el que se equivocara— no tiene mayor importancia, de hecho, yo mismo le quité hierro al asunto e intercambié unas cuantas palabras con ella en tono amistoso (debo decir que la joven era realmente educada y muy simpática). Lo que sí tiene mucho peso es su disculpa, porque saca a la luz nuestras vergüenzas. Somos unos intolerantes.

¿Por qué pasan estas cosas? ¿Por qué tiene que disculparse alguien de esa forma, cuando ha cometido un error sin importancia? Algo falla. Lo que ocurre es que estamos llenos de imbéciles, ovejas que se creen las mentiras que salen en la televisión o en la radio. Vergüenza. Eso es lo que siento, vergüenza de que nos pasemos el día entero hablando de lo importante que es la multiculturalidad, de lo esencial que es la tolerancia. De inculcarle a nuestros hijos valores que sólo son válidos con los de nuestro grupo. De que hay que viajar para abrir la mente…; y un sinfín de valores que ni siquiera entendemos. Somos unos hipócritas, y alguien tenía que decirlo. ¡Y estoy hasta los mismísimos cojones de escuchar siempre el mismo discurso de mierda! Que si «vienen a quitarnos el trabajo», que si «se aprovechan de nuestra sanidad»… Idiotas. Que os creéis que es vuestro lo que no os pertenece. Ojalá, lo digo totalmente enserio, ojalá os vayáis a vivir durante una temporada a un país extranjero y os pongáis enfermos, no tiene por qué ser una enfermedad grave, un simple resfriado basta; y cuando vayáis al hospital os digan que no os pueden atender por ser extranjeros. Y os jodáis bien, a ver si así podéis poneros en el lugar de los otros.


Algo no encaja cuando nos apoyamos en la Democracia, “el mayor logro que hemos conseguido en los últimos tiempos”, para defender ideologías que producen odio. Cuando gente que ha viajado a lo largo de todo el mundo, que ha tenido acceso a una educación superior (ha ido a la universidad), que ha conocido a gente tan diferente, que se ha cultivado (piensa siempre lo que dice), se ha dejado apoderar por un discurso lleno de odio. Cuando sobrepone los símbolos a las personas. ¡Ese es nuestro problema! Que nos creemos superiores por el simple hecho de compartir la misma bandera. Hemos olvidado nuestro origen, que son los pueblos los que dan lugar a la nación. Que son las personas las que forman los pueblos. A ver si entendemos que el problema somos nosotros, no ellos. Y que todos somos igual de buenos e igual de malos, porque no hay un pueblo que se salve. No hay nación que no haya cometido atrocidades.


«Liberté, égalité, fraternité».El lema de la República Francesa. El que debería ser el lema de la Democracia. Porque la Democracia no consiste en introducir solamente una papeleta en una urna. Al menos, yo no la entiendo así.

La Democracia es, primeramente, fraternidad. Porque sin ella, todo lo demás carece de sentido. ¿De qué sirve ser iguales o libres si nos odiamos? Cuando odiamos dejamos de respetarnos y eso, lejos de ser un avance, es un atraso. Unir a las personas porque odian a otras personas, no sólo es peligroso; sino también es símbolo de falta de humanidad.

La Democracia es, en segundo lugar, igualdad —quizá sea más correcto decir equidad, pero seré fiel al lema y lo dejaré intacto—. Cuando somos capaces de superar el odio a los demás, al que no es como nosotros, entendemos que son como nosotros. Ni mejores, ni peores. Diferentes. Y, al ser distintos los unos de los otros, sabemos que no hay nadie por encima —por eso creo que «equidad» encaja mejor que «igualdad», porque no somos iguales—, y me gustaría añadir aquí a S.M. el Rey (aunque yo mismo tenga mis más y mis menos con dicha figura).

Por último, la Democracia es libertad. Somos libres porque sabemos que somos propios y, por ello mismo, nos respetamos. Porque todo el mundo tiene derecho a ser como él quiera, sin ser señalado o juzgado. Y eso es algo muy importante, porque si —no sólo lo sabemos, sino que— entendemos esto alcanzamos nuestro mayor grado de dignidad.

Os preguntaréis qué tiene que ver la dignidad en este discurso. Bien. Sin querer explayarme en contenidos metafísicos, señalaré que las personas están formadas por dos dignidades, una moral y otra ontológica. Pues bien, esa moral ontológica sólo está completa cuando apartamos el odio de ella, porque el odio ciega y esta debe ser «capaz de ver» —si os interesa el tema, podéis leer algún manual de antropología metafísica—.

El odio nos denigra como personas. Y eso, en concreto, es lo que más me preocupa, que estamos dejando de ser personas. Nos estamos cegando, dejando llevar por sentimientos infundados. ¿De verdad sois así? Yo no soy quién para deciros lo que debéis pensar, tampoco tengo —ningún filósofo, ni nadie— el poder de deciros la verdad. Mi función (sí, servimos para algo) es la de tratar de hacer que el debate siga abierto, que no os dejéis llevar por ideologías. ¡Qué penséis por vosotros!

No puedo, me niego, creer que de verdad odiéis a los inmigrantes, a los musulmanes, a los que entienden España de una forma diferente —va para todo el mundo—… Si de verdad pensáis que las cosas necesitan un cambio, organizaos y tratad de llevarlo a cabo. Hay muchas opciones, pero ninguna debería ser aquella que se basa en el odio.


Esto es lo que pasa cuando nos centramos en enseñar a sumar o restar, a analizar sintácticamente oraciones o ponemos a los niños a saltar vallas; pero se nos “olvida” enseñarles filosofía. Porque esta no sirve para nada. Tenéis razón. Es más fácil decirles que se odien, total, son imbéciles que piensan que el poder está en una urna. ¡Dejad de reíros de nosotros, de mentirnos, de controlarnos! ¡Empezad a educad de una puta vez! Nuestros enemigos no son aquellos a los que odiamos. Nuestros enemigos son aquellos que nos dicen lo que debemos odiar. Nuestro enemigo es común, y se llama intolerancia. Y, desgraciadamente, hace mucho que habita en nuestros corazones.




Andrés Vega Luque.

No hay comentarios:

Publicar un comentario