viernes, 22 de julio de 2022

Bidireccionalidad

— Míralo —dijo mientras se reía.

— ¿A quién? —respondió Laura.

— Al perro. Míralo.

— Está dormidito. ¿Qué pasa con él?

— Míralo, está indefenso. Podría acercarme a él y cogerle del cuello. Probablemente se despertaría y me miraría con sus ojitos marrones, sin entender bien lo que pasa, pero sin oponer resistencia. Entonces podría ahogarle hasta asfixiarlo. Tardaría un par de minutos y ni siquiera tendría que hacer mucho esfuerzo. Y lo peor de todo es que él no podría hacer nada, porque yo peso, ¿cuánto?, sesenta o setenta kilos más que él. Estaría condenado.

— ¿Pero, qué dices?

— Digo que está indefenso sin mí. Podría matarlo si quisiera. Podría dejar de darle de comer, abandonarlo a su suerte hasta que muriera de hambre.

— ¿Por qué eres tan cruel, Paco?

— No soy cruel. Sólo digo que su vida depende de la mía. Si yo muriera, y nadie me encontrara en un mes, él también lo haría. Su vida está cogida por los huevos. Y es curioso, porque él probablemente sobreviviría en la naturaleza y yo no. Pero en este mundo de humanos en  que se encuentra preso, toda su existencia depende de mí. Soy casi como su dios.

— No seas ingenuo, Paco. Tratas al perro como si fuera un peluche. Lo menosprecias.

— No, no lo menosprecio. Sólo señalo un hecho.

— No señalas nada. Sólo dices tonterías. Te olvidas que es un ser vivo y que, como tal, siente y padece. Y que construyó contigo una relación de confianza. ¿Sabes?, él también podría matarte. Podría, por la noche, acercarse a tu cama y morderte el cuello. Bastaría un bocado firme en la yugular y no podrías hacer nada. Morirías desangrado. Pero no tienes miedo porque sabes que no lo hará, al igual que él tampoco lo tiene porque sabe que tú tampoco lo matarás.

— Eso no lo había pensado, Laura. Pero bastaría con atarlo por la noche a un poste o a la pared. Si lo atara con una cadena de acero gruesa no podría romperla y no podría atacarme. O también podría ponerle un bozal.

— Ya, pero te olvidas de algo más importante: él es tu amigo más fiel, el único que no te abandonaría ni en tus peores momentos. Ni aunque lo trates mal. Porque esa es la virtud y el defecto de los perros, la lealtad a su dueño. En realidad, si el dueño es bueno se trata de una gran virtud, porque sabe que su dueño lo protegerá y lo querrá de la misma manera en que él lo hará. Y entonces se sentirá feliz, colmado.

— Pero que sea fiel no quita que su vida no dependa de mí.

— Claro que lo hace, porque consigue que vuestra relación sea bidireccional. Pero lo logra de una manera en la que ni siquiera te das cuenta. Él no habla con palabras, Paco; él habla con acciones. Sin que te des cuenta, él te hace suyo cuando, tras un duro día en el trabajo, se acerca y se recuesta a tu lado. O cuando te pones a hablar con él y te escucha atentamente. Tú piensas que no te entiende, pero en realidad, él sabe que necesitas alguien que te escuche. Pero eso no es todo. También te posee en el pequeño hábito de sacarlo a pasear tres veces al día: te va a buscar a tu despacho o al sofá y te mira fijamente, reclamando tu atención. Entonces, cuando te levantas y le dices «venga, que nos vamos a la calle», él salta y ladra de alegría y tú te ríes, compartiendo su júbilo. Pero una cosa te diré, Paco: todo esto que te estoy diciendo lo descubrirás tú mismo el día que él ya no esté. Entonces te darás cuenta que con él se fue una parte de ti. Por eso mismo, todo lo que dijiste antes de que su vida dependía de ti eran tonterías. Gilipolleces. 


Paco se levantó de la mesa, dejando en ella el vaso que portaba en su mano derecha, y se acercó al perrillo que, hecho un ovillo, dormía plácidamente en el sofá. Entonces se agachó y alcanzó, delicadamente, con sus labios la cabecita peluda del animal. Le dio un beso dulce, de esos que se dan en la frente a los hijos, y se sentó a su lado. Entonces sonrió. 


— Quizás tengas razón, Laura. Quizás este ser enano sea, en el fondo, más poderoso de lo que yo pensaba.

 

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