miércoles, 6 de abril de 2016

La búsqueda.

Aquella mañana nublada de un mes de mayo decidió coger su viejo petate y salir a buscarla.
Y eso es lo que hizo. Cogió su "cruz" y como si de un penitente se tratara se echó a andar.

No tenía rumbo, no tenía dirección, solo le quedaba un recuerdo, una canción y una frase que tarareaba cada vez que llegaba al siguiente pueblo.

Recorrió primero su ciudad, y varias horas después de emprender la expedición llegó a aquel descuidado camino de grava y tierra que lo llevaría al primer pueblo.
Allí estuvo un día, y al acabar la jornada dijo aquella frase: "todavía no he encontrado lo que estoy buscando".

Un par de días más tarde llegó a otro pueblo. Allí obtuvo el mismo resultado.
Pasaron las semanas, y aquel joven y cuidado ciudadano pasó a ser un caminante. Siempre con ganas de seguir buscando, siempre con aquella canción en su cabeza. Había veces que incluso la tarareaba...

Así pasaron los meses, y con ellos el final del verano y aquel misterioso lugar.
Él no sabía que lo que buscaba estaba allí, pero ese es el misterio de una búsqueda a ciegas.
Allí estaba, sentado en un bar, cuando la camarera se acercó a pedirle la comanda.
Pero ella al ver el cansancio en sus ojos quiso saber la razón que escondía aquel misterioso "forastero" (que sería su apodo desde entonces). Así que trajo un cenicero y se sentó con él para conocerlo.

Tras una agradable charla, la "ciudadana", como era conocida en aquel pueblo, descubrió que aquel joven era rico, muy rico.
Lo que no sabía es que era el hombre más pobre del mundo.

Sin embargo, acababa de encontrar la mayor fortuna que jamás podría tener, y estaba allí. Sentado junto a él y había depositado con cuidado en la mesa un cenicero.
Algunos lo llamaron amor, pero él lo que sentía era una profunda admiración por aquella "ciudadana". Pues consiguió rechazar el dinero y quedarse en aquel lugar.

Pero esa admiración no era lo que buscaba. Nadie sabía que buscaba, ni él mismo, hasta que lo encontró todo en aquel mágico pueblo.

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