domingo, 10 de diciembre de 2017

El whisky de las 2:00 pm.

En esta hora en la que el desdén se apodera de mí, me viene a la mente tu recuerdo. Un tiempo de profunda tristeza con pequeños toques de alegría. Un momento en el que una sensación de engaño y desilusión consumía mi esperanza. La ilusión de volver a brillar, como una vez brillé, adorando la mirada de otra mujer.
Ambas eran tristes, cierto, pero quizás, el ímpetu que me provocaban aquellos primeros ojos me hacían querer luchar.

Hoy, falto de fe, me consumo. Lentamente, como el hielo que adorna mi ancho vaso, ya vacío, en el que una vez hubo algo que beber. Y es que en el fondo, no somos tan diferentes de un vaso de whisky. Ofrecemos lo mejor de nosotros y cuando ya lo tienen, dejan el hielo, esperando que otra copa los eleve al cielo o los lleve a una profunda depresión, sin darse cuenta de que, lentamente, nos vamos convirtiendo en esa agüilla que se tira para rellenar de nuevo la copa.

Pero entonces, justo antes de abandonarme, recuerdo: No somos una simple copa. Nos ilusionamos, y así crecemos como personas. Después nos derriban los pilares que sustentan esa cúpula que hemos llegado a tocar, para que, en un acto de rebeldía o al menos de ilusión, volvamos a construir otro edificio, esta vez, de otro estilo; hasta encontrar, por fin, aquel que más se adapte a las necesidades de nuestro corazón.

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